La artista de Almería que ha creado un calendario ilustrado con los doce lugares más emblemáticos
El proyecto de Leyre Apellániz incluye ilustraciones en acuarela de la Alcazaba, la Rambla, la Plaza Vieja o el Cable Inglés

Leyre Apellániz, con su calendario de Navidad
Almería cambia de ritmo cuando se acerca la Navidad. No necesita nieve ni grandes decoraciones para transformarse: le basta su propia luz, un brillo más suave que se posa sobre la Rambla al caer la tarde. Así, convierte lo cotidiano en algo distinto. Las fachadas parecen despertar recuerdos, los quioscos se vuelven puntos de encuentro, las plazas recuperan una calma que invita a mirar despacio.
En estos días, la ciudad parece abrir una puerta invisible para quienes se detienen a observarla: revela detalles que durante el año pasan desapercibidos, colores que solo se ven en diciembre, historias que flotan entre los puestos que empiezan a montarse y el murmullo de quienes regresan, por un momento, a sus lugares más queridos.
El Cabo de Gata cobra vida también en Navidad
Entre quienes han sabido leer esa transformación está Leyre Apellániz, una artista que ha pasado años capturando la esencia del Cabo de Gata y que ahora, en pleno tiempo navideño, ha decidido mirar a Almería desde otro ángulo: el de sus rincones urbanos.
De esa mirada nace su nuevo proyecto: un calendario ilustrado con doce lugares emblemáticos de la ciudad, creados con la delicadeza y la memoria que caracterizan su obra. Un trabajo que no solo recorre escenarios, sino la manera en que esos espacios han acompañado a generaciones enteras —y que ahora, en diciembre, vuelven a cobrar vida bajo la luz particular de estas fechas.

Calendario ilustrado de Leyre Apellániz
Una mirada nueva
La idea llegó casi por intuición. Leyre llevaba tiempo sintiendo que, mientras sus pinturas del Cabo de Gata crecían y conquistaban hogares, la Almería urbana —la de los paseos diarios, la de la vida real— permanecía en un segundo plano en su obra. Y, sin embargo, cada vez que caminaba por la ciudad, encontraba escenas que la interpelaban: el bullicio del mercado, el perfil silencioso de la estación vieja, la sombra de la buganvilla que ya no está pero que un día cubrió la Plaza Vieja.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía ganas de englobar todo en una pieza única. La propuesta, sencilla y certera, le permitió unir memoria, identidad y arte. Un año entero construido a partir de doce lugares que no solo representan a Almería, sino que también cuentan su propia relación con ella.
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Seleccionar esos doce escenarios no fue fácil. “Almería es pequeña”, pensó al principio, convencida de que le costaría encontrar suficientes rincones emblemáticos. Pero a medida que escuchaba a la gente, que dejaba que la ciudad le hablara y que revisaba sus propios recuerdos, los lugares comenzaron a aparecer con nitidez.
La Alcazaba, el Cable Inglés, la Casa de las Mariposas, la Rambla, la Fuente de los Peces, la antigua estación… Cada uno tenía su propia luz, su propio latido. Algunos eran obvios; otros, íntimos. Y juntos formaban ese mapa emocional que sostiene el calendario. Leyre los recorrió uno por uno, cámara en mano, observándolos como si fueran la primera vez, dispuesta a capturar no solo su forma, sino su significado.
Proceso distinto
Para alguien habituada a la libertad del paisaje abierto, pintar la ciudad fue un desafío completamente nuevo. Donde el Cabo le permitía dejar que el acrílico fluyera con naturalidad, Almería le exigía precisión, pulso fino, tiempo. Por eso decidió cambiar de lenguaje: estas doce láminas están hechas en acuarela, una técnica que obliga a detenerse, a escuchar lo que la obra pide, a repetir cuando algo no respira bien. La Casa de las Mariposas, por ejemplo, tuvo que pintarla tres veces hasta que sintió que la luz era la correcta, que las líneas tenían la dignidad del edificio real y que la acuarela contenía también el encanto que ese lugar ha ido perdiendo con los años.
El calendario se convirtió así en un maratón creativo. Doce obras en menos de un mes, cada una con su historia, su recuerdo y su atmósfera particular. Hubo días en los que Leyre apenas levantaba la vista del papel; otros en los que un detalle —una cornisa, una buganvilla que ya no existe, una sombra sobre la Rambla— la llevaba a replantear toda la composición. Y aun así, lejos de agotarla, el proceso la llenó de una energía nueva. “Cuando veo el conjunto, siento que es de lo más bonito que he hecho”, admite. Quizá porque este trabajo no solo representa lugares: representa la forma en que Almería ha ido acompañándola, incluso en los espacios que todavía no había pintado.

La Fuente de los Peces en el calendario
Contar una ciudad
Elegir los escenarios no fue un ejercicio de catálogo, sino de memoria. Cada lugar que forma parte del calendario guarda una razón íntima para estar ahí. La Alcazaba abre el año como símbolo indiscutible: majestuosa, cercana, demasiado olvidada por quienes la tienen a mano. El kiosco Amalia, quizá la lámina más disfrutada por la artista, aparece como ese rincón cotidiano que resume el espíritu almeriense: punto de encuentro, costumbre viva, pequeña joya que muchos reconocen como propia. La Casa de las Mariposas, elegante y nostálgica, representa la Almería que mira hacia arriba, hacia sus detalles más delicados. La Catedral, firme y protectora, recuerda que la ciudad también fue fortaleza, refugio frente al tiempo y las batallas.
El recorrido sigue con escenarios que construyen la vida diaria: la Plaza Vieja, ligada a los años de estudiante de Leyre; la Rambla, corazón abierto donde todo ocurre; el faro, vigilante silencioso del trabajador del mar; y la Plaza de Toros, no desde la controversia, sino desde su arquitectura y el aire festivo del verano. En septiembre, la Fuente de los Peces evoca la infancia: el lugar donde quedaba cuando la recogían sus padres. Octubre llega con el Mercado Central, templo de sabores, voces y movimiento. La antigua estación de ferrocarril, cargada de nostalgia familiar, rescata la emoción de las llegadas desde Bilbao. Y diciembre cierra con el Cable Inglés, imponente, industrial, hermoso en su propia sobriedad: un recordatorio del pasado que sostiene la identidad de la ciudad.

El Kiosco Amalia en el calendario
Un diciembre en la Rambla
El calendario no solo ha encontrado su forma, también ha encontrado su lugar. Este año Leyre también tiene su propio puesto en el mercado navideño de la Rambla, un espacio que para ella simboliza mucho más que una oportunidad de venta. Es el encuentro directo con quienes han seguido su trabajo, con quienes llevan sus láminas en casa, con quienes reconocen en sus ilustraciones un fragmento de su propia vida. Cuando presentó el proyecto, la acogida fue inmediata: antes incluso de estar impreso, las reservas comenzaron a llegar y el vídeo promocional se compartió sin parar. La confianza del público la emocionó y, a la vez, la impulsó a creer en el proyecto con más fuerza.
Para Leyre, estar en la Rambla no es un simple paso profesional, sino un gesto simbólico: llevar el calendario a la misma ciudad que lo inspira, entregarlo en el corazón del lugar que lo ha hecho posible. Allí, quienes se acerquen podrán recoger su ejemplar, descubrir las láminas en persona y compartir historias que quizás coincidan con las suyas. Porque, al final, este trabajo no es solo una colección de ilustraciones, sino una invitación a mirar Almería con otros ojos. A reconocer en sus rincones una belleza que a veces olvidamos. A sentir que la ciudad también es memoria, refugio y pertenencia. Y Leyre, con este calendario, nos lo recuerda justo en el momento perfecto: cuando diciembre ilumina lo que parecía cotidiano.

Puesto de Leyre Apellániz en la Rambla