La artista bilbaína que hace del Cabo de Gata su lugar seguro en el que pintar
Desde su taller en Almería, Leyre Apellániz transforma paisajes del Parque Natural en recuerdos compartidos y escenas cotidianas

Leyre Apellániz con su lienzo de Los Escullos
Hay lugares que no se eligen. Que simplemente te encuentran. Que te envuelven sin hacer ruido y, con el tiempo, se convierten en refugio. No tienen por qué ser grandiosos, ni exóticos. A veces, es solo un rincón conocido, una luz que reconoces al instante, un olor a mar que activa los recuerdos.
Para Leyre Apellániz, ese lugar tiene nombre propio: el Cabo de Gata. Aunque nació en Bilbao, es en Almería donde ha crecido, donde ha aprendido a mirar y a pintar, y donde ha ido tejiendo una biografía emocional que, sin buscarlo, hoy se transforma en obra.
Allí ha pasado veranos eternos, envuelta en la luz áspera y brillante del sur, caminando entre playas de postal y pueblos blancos donde la vida va a otro ritmo. Allí se ha originado su forma de mirar el mundo y también de contarlo. Primero en silencio. Luego, con pinceles.
“Pinto desde que tengo uso de razón”, dice en voz baja, en una charla con LA VOZ. “Es lo que me hace verdaderamente feliz”. Habla como quien recuerda algo muy suyo. Como quien ha encontrado su espacio—interior y geográfico— y ya no necesita más.

Leyre Apellániz pintando una de sus láminas
El sur como forma de mirar
Apellániz estudió Arte Dramático en Madrid, se formó como docente en Almería, ha vivido en Irlanda y ha viajado por el mundo. Pero su sensibilidad —esa que atraviesa todo lo que hace— tiene acento sureño. Por su forma de sentir.
“En el norte los paisajes son contemplativos”, dice. “Aquí en el sur la gente los vive, los disfruta. Todo es más tangible”. Es esa intensidad, esa presencia, la que se cuela en sus obras: playas llenas de sombrillas, neveras, casas encaladas, cabos, barquitos. Fragmentos de vida al sol que, en sus manos, se convierten en pequeños altares cotidianos.
Su primera pintura del Cabo no la hizo aquí. La hizo desde muy lejos. Desde Irlanda, concretamente. Allí, en un lugar lluvioso y gris, echó de menos su sur. No la postal, sino lo esencial: la sensación de cargar las sillas playeras, el sonido del mar, los amigos, la familia, el sol.
—Estaba lejos y, sin pensarlo, empecé a pintar el Cabo. Porque era donde quería estar realmente —destaca la artista—.
Su subconsciente la llevó a plasmarlo. Aquel rincón que no se borra ni en la distancia. No era nostalgia, era necesidad. Y ahí empezó todo. Desde entonces, su trabajo es casi un acto de pertenencia. No busca representar la belleza ideal, sino lo que significa estar aquí. El calor, la calma, la memoria. Todo eso se traduce en sus pinceladas.

Una lámina costumbrista de Leyre Apellániz
Crear desde la vivencia y con el acrílico
Su proceso creativo parte siempre de la experiencia. No pinta directamente, ya que necesita haber pisado ese suelo, haber sentido el viento, haber mirado ese rincón con calma.
—Nunca pinto 'in situ'. Me gusta haber estado allí, sentir el lugar.
Después hace fotos, toma varios planos, se queda con gestos de la gente. A veces boceta, otras se lanza en el taller. Trabaja entre cinco y siete días por obra y nunca sabe exactamente cómo acabará. Deja que el recuerdo y la emoción hagan su parte.
Utiliza técnicas mixtas, aunque hoy por hoy el acrílico es su aliado principal. “Tiene algo más vibrante, más fuerte”, dice. “La acuarela es más diluida, más elegante. Las combino según lo que quiero transmitir”.
Pero, por encima de todo, ella busca que cada obra tenga alma. Que no se parezca a ninguna otra. Que quien la vea no solo reconozca un paisaje, sino una emoción. Una historia compartida.

Lámina de Leyre Apellániz de Cala Enmedio
Del taller a los mercadillos
Durante años pintó para ella. Sin expectativas. Hasta que su pareja, al ver una de sus láminas, le propuso venderla. “Tienes que hacerlo”, le dijo. Y no se equivocaba. Llevó sus primeras obras a Paseo 79, una tienda de Almería. Luego se atrevió con su primer mercadillo. Y le encantó. Desde entonces, su proyecto no ha parado de crecer. Está presente en mercados como el de Las Negras o el de Rodalquilar, y también vende online, a través de su web.
—A veces no soy consciente. Hay muchísimos almerienses que tienen mis láminas en casa o llevan mis tote bags en su día a día. Es muy fuerte.
Su cotidianidad se ha vuelto también la de otros. Su mirada se ha convertido en memoria colectiva. Y aunque le cuesta asimilarlo, le emociona profundamente.

Paleta de colores de Leyre Apellániz para una de sus láminas
Un presente en el Cabo de Gata
En un mundo que va rápido, Apellániz ha elegido lo contrario. El ritmo lento del trazo. El sol de la mañana en el taller. La conexión real con quienes se detienen frente a sus cuadros. Para muchos, ella ha sabido traducir en arte aquello que, a veces, no se puede explicar: el sentimiento de pertenencia. De hogar. De verano eterno. Por ello, no piensa mucho en el futuro. Vive el aquí y el ahora. Ha aprendido que si te obsesionas con lo que vendrá no disfrutas del presente.
En la actualidad, se ve aquí. En Almería. Rodeada de luz. Dedicada a esto. Al arte. A su forma de estar en el mundo. Porque para ella, pintar no es solo un trabajo. Es un acto de regreso. Una manera de volver, una y otra vez, a casa.

Otra de las láminas de Leyre Apellániz