La Voz de Almeria

Almería

Las costureras almerienses que rescatan la indumentaria tradicional desde la Plaza de Pavía

En La Costurera, un pequeño taller de Almería, la calma, el rigor y el amor por lo bien hecho son la verdadera esencia del trabajo artesanal

Lola Pomedio, Mariola Pérez, Sara Pérez y Mercedes Pérez, sosteniendo el cuadro de su familia que siempre tienen en el taller.

Lola Pomedio, Mariola Pérez, Sara Pérez y Mercedes Pérez, sosteniendo el cuadro de su familia que siempre tienen en el taller.Sara Ruiz

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La luz blanca cae desde lo alto y se desliza sobre las mesas, sobre el metal de las máquinas de coser y los hilos que esperan su turno. Rebota en las superficies limpias, en los tejidos extendidos, en las cintas de medir que cuelgan como si fueran parte del paisaje. Al fondo, una cortina color buganvilla pone una nota cálida, casi teatral, que suaviza la claridad del taller. En la entrada, una gran flor rosa granate preside el espacio: un gesto mínimo de belleza, tan delicado como necesario, que parece contener la esencia del lugar.

Interior del taller almeriense La Costurera.

Interior del taller almeriense La Costurera.Sara Ruiz

El ambiente es sereno, pero está lleno de vida. Se oye el pedal de una máquina, el roce de la tela, una conversación baja que se confunde con el zumbido eléctrico. Los maniquíes muestran prendas a medio hacer, con galones, botones antiguos y bordados precisos. En el aire flota ese olor limpio del planchado reciente, del algodón y del hilo encerado. No hay artificio ni decorado: es un taller vivo, un espacio donde la costura se mezcla con la memoria y donde se trabaja con el rigor de la indumentaria histórica y tradicional almeriense, pieza a pieza, puntada a puntada.

Aquí trabajan Mariola, Mercedes y Sara Pérez, junto a Lola Pomedio. Cuatro mujeres que han hecho de este lugar una prolongación de sí mismas. Su proyecto, La Costurera, en la Plaza de Pavía número 9, no busca la prisa ni la producción, sino algo más profundo: rescatar el encanto de lo hecho despacio, de lo que se piensa y se cose con sentido. En cada prenda que nace sobre esas mesas hay un fragmento de historia y una forma de mirar el mundo con aguja fina.

La Costurera, en la Plaza de Pavía número 9.

La Costurera, en la Plaza de Pavía número 9.Sara Ruiz

De los muebles al taller 

Antes de abrir este espacio, la familia Pérez se dedicaba al comercio de muebles. Durante años trabajaron entre catálogos, tapicerías y mostradores, hasta que el tiempo y la competencia cambiaron el rumbo. “Llegó un momento en que hubo que decidir qué hacer con lo que quedaba de nuestra forma de vivir”, recuerda Mariola Pérez. “Y lo único que teníamos claro era que sabíamos coser”.

La costura siempre había estado presente en casa. Venía de la abuela —que ya cosía por encargo y cuyo título aún conservan en el taller— y había pasado de generación en generación, como una herencia silenciosa. Pero no era un negocio, sino una habilidad cotidiana, un modo de estar en el mundo. Cuando la etapa del mueble se agotó, la aguja volvió a aparecer como una certeza. “La costura se ama o se odia, y nosotras la amamos. Era lo único que tenía sentido seguir haciendo”.

En ese proceso de cambio fueron formándose, certificando lo aprendido a fuerza de años y perfeccionando técnicas. Y aunque todas participan en cada prenda, cada una tiene su inclinación. Mariola disfruta del hilo, del género y del corte limpio de la tijera; le gusta patronar y coser a mano. Mercedes, hermana de Mariola, prefiere el patronaje, el corte y la confección precisa. Sara, la más joven e hija de Mercedes, se mueve entre el diseño, el patronaje y la construcción, donde la idea cobra cuerpo. Y Lola, llegada hace tres años, encuentra su lugar en la recreación histórica y en el bordado, donde el tiempo parece detenerse. Juntas forman un equilibrio exacto: cuatro maneras de entender el mismo oficio.

Título de la abuela de Mariola y Mercedes y de la bisabuela de Sara.

Título de la abuela de Mariola y Mercedes y de la bisabuela de Sara.Sara Ruiz

Artesanía e indumentaria almeriense

En septiembre anunciaron algo que llevaban tiempo gestando: una nueva línea de trabajo dedicada a la indumentaria histórica y tradicional almeriense. No es una ocurrencia ni un giro improvisado, sino el resultado de años de estudio, formación y oficio. Dos de ellas, Sara y Lola, están tituladas en Indumentaria por la Escuela de Arte de Almería y cuentan con el certificado de artesanía de la Junta de Andalucía, una acreditación que las sitúa dentro del registro oficial. La noticia fue sencilla pero importante: el oficio encontraba en Almería un espacio donde la historia se podía vestir con rigor.

Para ellas, hablar de indumentaria histórica no es una forma de decir “traje antiguo” o “disfraz”, sino un compromiso con la verdad de las telas y del tiempo. Cada prenda parte de una investigación minuciosa: cuadros, inventarios, documentos del Archivo Histórico Provincial, fotografías, estudios de tejidos o prendas conservadas en museos. “No se trata de copiar, sino de entender cómo se hacía y por qué”, explica Mariola. “Cada siglo tiene su lógica: los cortes, los colores, los tejidos. Si en una época no existía un tono o una técnica, no tiene sentido forzarlo. La fidelidad también es belleza”.

Piza más antigua que tienen en el taller, del año 1840.

Piza más antigua que tienen en el taller, del año 1840.Sara Ruiz

El trabajo comienza en el papel, con el estudio de los patrones de época, y continúa sobre la mesa, con el tacto. Mariola lo resume con una frase: “Nos gusta investigar, saber de dónde viene cada cosa y por qué. El hilo, el tejido, el color, el corte de la tijera, todo tiene su historia”. Así, cuando cosen una camisa del XVIII, no usan una sisa redonda, sino rectángulos y cuadrados, tal como salían del telar. Es un lenguaje textil antiguo, pero sigue vivo en sus manos.

El taller se convierte entonces en un pequeño laboratorio de memoria. Allí se combinan géneros antiguos y actuales, porque muchas clientas traen sus propias telas: una sábana bordada, un trozo de lino heredado, una colcha que llevaba años guardada. Ellas las observan, las estudian y buscan qué puede nacer de ahí. “Nos emociona cuando llegan con algo que tiene historia”, cuenta Sara. “Es una manera de hacer que esas telas sigan teniendo vida”.

Todo el proceso se hace despacio, con respeto. No se trata de reproducir un traje del pasado para colgarlo en una vitrina, sino de restituir la lógica con la que fue creado, entender cómo se movía el cuerpo dentro de él y qué significado tenía cada elemento. “A veces el trabajo es casi arqueológico. Deshacer para entender, y luego volver a montar. Solo así puedes coser de verdad una época”, resalta Mariola.

Enaguas creadas con las mismas técnicas, sin cremalleras.

Enaguas creadas con las mismas técnicas, sin cremalleras.Sara Ruiz

El valor del tiempo

En este taller, el tiempo no corre: se cose. Cada prenda avanza con la calma necesaria para que salga bien, sin presión ni prisa. No hay producción en serie ni colecciones marcadas por temporadas; solo trabajo real, pensado y sentido. “No queremos producir por producir. Lo importante es que cada pieza tenga alma, historia y esté hecha con verdad”, recalca Mariola con certeza.

Las cuatro lo entienden igual. Para ellas, la costura no es solo un trabajo, es su manera de estar en el mundo. Les gusta el proceso completo: tocar las telas, escuchar cómo suenan al cortarlas, planchar un borde hasta que cae perfecto, coser a mano con puntadas que casi no se ven. Si algo no queda bien, se deshace y se vuelve a empezar, sin dramatismo. “Deshacer también es coser. Forma parte del proceso”, dice Sara.

En el taller todo sucede a otro ritmo. Los días se miden en hilos y puntadas, en el ruido del pedal y el olor a tela. Hay momentos de silencio absoluto y otros de charla, de música baja, de café sobre la mesa. “Amamos lo que hacemos, y eso se nota. No sabemos trabajar de otra manera”, cuenta Mercedes con los ojos brillosos. 

Cuatro mujeres almerienses entregadas a la costura

Cuatro mujeres almerienses entregadas a la costuraSara Ruiz

Coser la vida

En las mesas del taller caben todas las etapas de una vida. Han cosido canastillas para bebés, vestidos de comunión, trajes de novia, prendas de fiesta, indumentaria de época, mantillas de Semana Santa y también sudarios, hechos con la misma ternura con la que se empieza una vida. Cada encargo tiene un pulso distinto, pero todos comparten una verdad: acompañar a las personas en sus momentos esenciales. “Cada prenda elaborada cuenta algo de quien la lleva y también de quien la cose”, afirma Mariola. En este caso, cuenta algo de ellas, de La Costurera.

A veces, cuando alguien cruza la puerta, trae una historia bajo el brazo: una tela guardada durante años, una promesa, un recuerdo, una ilusión. Ellas escuchan, tocan el tejido y empiezan a pensar. Lo que nace de ahí no es solo un vestido o una falda más, sino una forma de cuidado. “Hay algo muy íntimo en coser para alguien. Estás construyendo algo que va a rozar su piel, que va a formar parte de un día importante o de un adiós. Es un privilegio y una responsabilidad”, señala Lola.

Detalle del cuadro familiar.

Detalle del cuadro familiar.Sara Ruiz

Para las cuatro, la costura no es un trabajo. Es una forma de vivir. Cosen para entender, para estar, para ordenar el mundo. En el silencio del taller, el hilo parece marcar el ritmo de la respiración. “Coser es pensar con las manos. Te pone en tu sitio, te calma, te centra”, repite Mariola. En ese gesto encuentran sentido, compañía y paz. Cada puntada es una conversación entre lo que fueron y lo que son, entre la historia de la prenda y la suya propia. “Es lo único que me hace parar. Cuando estoy cosiendo, todo se coloca, todo encaja”, dice Mercedes. Y Sara lo resume con sencillez: “Es lo nuestro. No sabríamos vivir de otra manera”.

La Costurera no nació para crecer deprisa, sino para quedarse. Para demostrar que todavía hay espacio para lo hecho a mano, con cabeza y con corazón. Cuando cae la tarde y el taller se queda en silencio, las bobinas reposan sobre la mesa y las telas respiran despacio. Fuera, la ciudad corre. Dentro, el tiempo se detiene. En ese intervalo diminuto, entre el hilo y la aguja, cuatro mujeres siguen cosiendo la vida, defendiendo la belleza de lo hecho despacio. Porque a veces, en un mundo que todo lo acelera, la verdadera modernidad está en saber parar y coser con sentido.

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