Péguense un chute de dopamina en la Escuela de Arte
El artista García Haro inaugura su exposición 'Con color' que colgará del antiguo claustro de los Dominicos hasta el 7 de mayo

El artista Miguel García Haro junto a una de sus obras.
Miguel García Haro, almeriense de Obispo Orberá, licenciado en Bellas Artes, profesor y artista bienaventurado, ha cogido el pincel y ha llenado de colores el viejo claustro de los Dominicos de Almería. Uno va y ve algunos de sus lienzos, complementados con esculturas de corte esférico, y encuentra el mejor antídoto contra el pesimismo existencial de Camus. Un chute de color -de colores mejor dicho- flota en ese ambiente tranquilo; un chute risueño de vitaminas para el espíritu donde hay brotes picassianos, en medio de ese magma de rojos, amarillos, naranjas, azules y verdes mezclados con el diapasón de un tipo que briega por hacer cosas distintas, aunque se salga de los márgenes doctorales. Si Francisco fue el Papa de la periferia, de cualquier periferia, García Haro parece que tira por las periferias del arte, como ha tirado siempre por las periferias de la vida, desde sus tiempos fecundos de meritorio universitario de la Avenida de Séneca, en el Madrid de vino y rosas de los 90.
Está ahí agazapada toda su biografía, en esos cuadrados con colores derramados, que más que arte pictórico parecen una canción protesta.
García Haro -dice él- se mueve en un terreno intermedio entre la figuración y la abstracción, que es tanto como decir que “no soy de nadie”, que “soy libre”, que "no me encasilléis en ningún territorio”. No entiende, este bohemio almeriense sin corbata, la creación artística como un oficio para vivir estabulado, encapsulado en unos cánones; no, él no quiere eso, no hace falta preguntarle, se le ve el plumero en esta obra provinciana y decente que aspira a ser ópera prima de un largo bagaje aún por perfilar. Invita a la ambigüedad y a echar una partida de mus con el color, como parte de la emoción de quien mira los lienzos sin saber si eso es expresión o impresión: un lío tremendo. Vayan a ver esos botes de pintura desparramados por la Escuela de Arte porque saldrán con ganas de irse de fiesta a Las Cuatro Calles. Además de tanto arcoiris flotando, se advierten ojos camuflados, cabelleras, largas pestañas de equinos, tortugas Ninjas que se asemejan al semblante de Kilian Mbappé tirando un penalti.
A lo largo de su actividad artística, uno imagina, sin saberlo del todo, que García Haro ha experimentado, como cualquier camarlengo del arte, en una búsqueda constante. Él lo subraya además, aunque en un artista lo que diga el autor nunca importa, lo que habla por él son sus manos por influjo de la impronta de sus sentimientos. Figurativo o abstracto -tanto monta- es lo de menos; lo de más es lo que se siente, sin poner etiquetas; lo que importa es lo que permanece en las vísceras, después de haber salido por la puerta; lo que importa es el chute de dopamina y del resto de hormonas del bienestar cuando te has empapado de tanto color de veras, de tanta felicidad sencilla, tierna, hecha solo con colores. Porque Miguel vive la vida en color, siempre la ha vivido.