El joven almeriense que ha vencido al cáncer con 20 años y ha tocado la campana rodeado de los suyos
Nacho Amate relata su lucha contra un linfoma de Hodgkin y el papel esencial del ejercicio de fuerza

Nacho Amate con sus amigos y familia a la salida del Hospital Torrecárdenas
A veces la vida cambia en un instante. Un día todo parece en orden —las clases, el deporte, las risas con los amigos— y al siguiente aparece una palabra que lo sacude todo: cáncer. Es una irrupción inesperada, silenciosa, que obliga a enfrentarse a miedos, tratamientos y decisiones que nadie imagina hasta que le toca vivirlas.
En medio de ese giro brusco se encuentra la historia de Nacho Amate, un joven almeriense de 20 años que ha convertido una noticia devastadora en una lección de coraje. Su imagen tocando la campana en el Hospital Torrecárdenas, anunciando que había vencido al cáncer, se ha vuelto viral: ahí estaba él, rompiendo meses de lucha con un gesto lleno de emoción, mientras su familia, su amigos y su novia lo esperaban para fundirse en un abrazo que decía más que cualquier palabra.
El proceso
Todo comenzó con señales que parecían pequeñas: fiebres que iban y venían, cansancio extraño y una sensación persistente de que algo no marchaba bien. Nacho, estudiante de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (CAFYD) en la Universidad de Almería (UAL), acostumbrado al deporte y a una vida activa, intentaba seguir su ritmo, pero su cuerpo empezaba a avisar. Tras una lesión y la toma de antiinflamatorios, la situación se volvió insostenible: fiebre alta, mareos, náuseas y vómitos lo llevaron directamente a urgencias. Allí, entre análisis y radiografías, y bajo la atención del doctor Sergio Ferra —a quien hoy considera que “me salvó la vida”— escuchó por primera vez la posibilidad: “Puede ser un linfoma”. Un PET-TAC —técnica de diagnóstico por imagen para ver la actividad metabólica de las células—, una biopsia y días de incertidumbre confirmaron el diagnóstico: linfoma de Hodgkin, un cáncer que afecta al sistema inmunitario.
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A partir de ese momento comenzó un camino tan duro como revelador. Entre ingresos, pruebas y un tratamiento de quimioterapia que se extendió de mayo a octubre, Nacho tomó una decisión que marcaría su proceso: no detener su vida. Continuó asistiendo a la UAL, estudiando y manteniendo la actividad física dentro de sus posibilidades. Las clases de Fisiología del Ejercicio con su profesor Borja Martínez, que dio antes de iniciar el tratamiento, y otros aprendizajes de la carrera se convirtieron en una guía práctica para entender cómo el deporte podía ayudarle. “Para una persona con cáncer, el ejercicio de fuerza [entrenamientos que utilizan la resistencia para contraer los músculos, con el objetivo de aumentar la fuerza, el tamaño muscular y la resistencia] es fundamental”, explica Nacho a LA VOZ. Él lo aplicó, investigó por su cuenta y terminó convirtiéndose en su propio caso práctico, demostrando que mantenerse activo podía ser una herramienta clave en su recuperación. Le recetaron 12 sesiones de quimio y en la mitad del tratamiento el linfoma se había reducido drásticamente.

Nacho Amate
Ejercicio y cáncer
La evidencia científica es clara: mantenerse físicamente activo es seguro para la mayoría de los pacientes y puede convertirse en un apoyo decisivo antes, durante y después del tratamiento contra el cáncer. Según la Sociedad Española y Americana contra el Cáncer, a actividad física ayuda a mejorar la energía, el ánimo y la calidad de vida, y puede aliviar efectos secundarios tan habituales como el cansancio, la ansiedad o la pérdida de fuerza. Incluso pequeños gestos —caminar, movilizar articulaciones, trabajar la fuerza de forma adaptada— favorecen la función muscular, la salud ósea, el sueño y el sistema inmunitario.
Por el contrario, largos periodos de reposo pueden provocar pérdida de masa muscular, debilidad y una disminución progresiva de la capacidad física. Por eso cada vez más equipos médicos animan a sus pacientes a mantenerse activos dentro de sus posibilidades. El ejercicio ayuda a mantener un peso saludable, mejorar el apetito, aumentar el rango de movimiento y, según diversas investigaciones, podría incluso reducir el riesgo de que algunos tipos de cáncer regresen. En definitiva, el movimiento no solo acompaña la recuperación: se convierte en una herramienta real para atravesar el tratamiento en mejores condiciones.
La última quimio
El día de la última quimio, el 29 de octubre, llegó cargado de nervios y con un cuerpo cada vez más agotado. Nacho lo recuerda con una claridad que todavía impresiona: “Yo estaba muy nervioso. Esa quimio me sentó peor, te van sentando cada vez peor conforme se acerca el final. Estaba regular, mareado”. Aun así, quiso saber si había campana en el hospital y cuando llegó el momento, la tocó sin esperar nada especial. Cuando la toqué se me bajó la tensión y estaba cansado, tenía ganas de ver a mi novia por la tarde”. Pero lo que encontró al salir superó cualquier previsión: sus amigos, su novia, sus compañeros, familia. Todos allí. “Cuando me encontré aquello, me hinché a llorar. Florecieron los sentimientos y esas lágrimas se transformaron en lágrimas de liberación y felicidad”, cuenta, recordando cómo aquel abrazo colectivo le devolvió de golpe todo lo vivido.
De esa mezcla de cansancio, miedo, agradecimiento y fuerza nace el mensaje que Nacho quiere compartir con quienes empiezan ahora un camino parecido al suyo. Sus palabras, sencillas y directas, resumen una madurez que sorprende en alguien de 20 años: “Al final la vida son dos días: un día estás saliendo de fiesta y al día siguiente estás ingresado en el hospital y te detectan un cáncer. No se vengan abajo; la vida continúa y no puede parar”. Y si algo ha aprendido en todo este proceso, es el valor del movimiento: “El deporte, y sobre todo el de fuerza, es fundamental y cura mucho. Tener masa muscular y el cuerpo fuerte es muy, muy importante. Debería haber algún programa de deporte para esas personas”. Rodeado siempre de los suyos, lo resume sin artificios: “Mis seres queridos, deporte y estilo de vida”. Esa ha sido su fórmula para no rendirse.

Nacho Amate con su familia
Un docente que lo quiere
Para Borja Martínez, profesor de Nacho en la asignatura de Fisiología del Ejercicio en el grado de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, esta historia tiene un sentido especial. Él no estaba dando clase a Nacho durante la quimio: fue su docente antes de que apareciera la enfermedad, cuando el alumno todavía llevaba una vida completamente normal. Por eso le impactó tanto cuando, ya en pleno tratamiento, el alumno se acercó y le dijo: “Voy por mi sexta quimio”. En ese momento entendió que los contenidos que habían trabajado juntos meses atrás estaban cobrando una importancia enorme para él. Nacho, por iniciativa propia, comenzó a buscar estudios, leer revistas científicas y aplicar lo aprendido para comprender cómo podía ayudarle el ejercicio en su propio cáncer.
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Borja habla con admiración de ese proceso. Ver cómo aquel estudiante de 20 años aplicaba sus conocimientos para enfrentarse a algo tan grande le marcó profundamente. “Es un niño de 20 años que vive una situación así y cambia de madurez muy rápido y de forma exponencial”, explica. También destaca el papel de toda su promoción, que ha demostrado un enorme compañerismo: estuvieron con él antes, durante y después del tratamiento. “Es una alegría ver cómo sus compañeros han estado con él y lo están apoyando. Él decidió seguir adelante y aplicar todo lo que sabía. Nosotros damos herramientas y él las ha utilizado. Estoy orgulloso de él”, afirma con emoción en una charla con LA VOZ.
Lo que sostiene todo
Y, quizá, esa sea la verdadera enseñanza que deja Nacho Amate. No solo que a los 20 años se puede mirar de frente a un diagnóstico que derrumba a cualquiera. No solo que el ejercicio, el conocimiento y la disciplina pueden convertirse en aliados inesperados. Lo que su historia demuestra es que, incluso en los momentos más oscuros, la luz puede llegar de las personas que te rodean. De una familia que no se mueve de la habitación, de unos amigos que convierten cada ciclo en algo más llevadero, de una novia que está ahí desde el principio, de unos compañeros que lo esperan en la puerta del hospital como si fueran familia, de unos docentes que se enorgullecen de él.
Cuando tocó la campana, el almeriense no solo cerró un tratamiento: abrió una forma nueva de entenderse. Lo hizo después de meses en los que eligió avanzar cuando lo fácil habría sido detenerse. Y esa elección —esa firmeza silenciosa— es lo que convierte su historia en algo que permanece. El sonido de la campana no simbolizó un final, sino la prueba de que, pese a todo, fue capaz de sostenerse, de apoyarse en los suyos y de mantenerse fiel a lo que es. Quizá, por eso, su camino no inspira por lo extraordinario, sino por lo auténtico.

Nacho con su novia