Mª José Ortega: "Mi trabajo es tirar del hilo para sacar al artista que cada persona lleva dentro"
Los fotógrafos del taller de Roquetas desde bodas, bautizos y comuniones hasta el National Geographic

María José Ortega cede esta foto desde su taller de fotografía.
Hace más de dos décadas que María José Ortega es el alma del taller de fotografía de Roquetas de Mar. Desde el laboratorio analógico hasta los procesos experimentales más insospechados, su aula se ha convertido en un refugio creativo y también en un espacio terapéutico para casi 2000 alumnos a lo largo de estos años. María es una de esas educadoras que disfruta de su profesión, de sacar de dentro lo mejor de cada uno, eso lo plasma en cada proyecto y su sonrisa cuando habla de su trabajo.
¿Cuánto tiempo llevas al frente del taller y cómo recuerdas los inicios?
Casi 25 años. Al principio no era un taller muy demandado, sobre todo porque no se conocía mucho y había menos habitantes… y menos grupos. Tampoco nos situábamos en la Casa del Mar, que ahora es como mi casa, aquí tengo mi biblioteca, mis cosas. Al principio todo era analógico. Fue una prueba, un experimento, y poco a poco se fue llenando conforme los alumnos empezaron a demandar más cosas.
¿El salto a lo digital supuso una revolución?
No exactamente. Nunca lo viví como una evolución, sino como un hermanamiento de técnicas. Para mí analógico y digital son disciplinas que se complementan. De hecho, en el taller seguimos trabajando procesos antiguos y también técnicas nuevas: clorotipias, cianotipias, bordar fotografías, libros artesanales, cajas de luz… Hay un grupo entero dedicado a lo experimental.
¿Cuántos grupos tienes ahora?
Seis. Algunos repetidos porque hay alumnos que quieren repasar lo aprendido. Este año incluso hemos creado un grupo de repaso para quien ya ha hecho cámara y Photoshop y quiere reforzar. Pero todos, absolutamente todos, empiezan por el laboratorio analógico. Para mí es fundamental: entender la luz, la cámara oscura, la estenopeica. Todo tiene su equivalente en digital, pero si no entiendes el origen, falta algo.
¿Qué es lo que más disfrutas de tu trabajo?
Tirar del hilo. Sacar lo mejor de cada persona. Cada alumno tiene un montón de posibilidades y yo intento ajustarlo a sus características: lo que le interesa, lo que se le da bien… Me encanta cuando hacemos las exposiciones, al final del curso. Es magia pura.
¿Te consideras más profesora o más artista?
Las dos cosas, pero en el taller me realizo a través de ellos. Cada proyecto tiene un poquito de mí. Cuando ves el proceso de creación de alguien y cómo crece, es una satisfacción enorme.
Durante la pandemia tuviste que reinventarte. ¿Cómo fue esa experiencia?
Súper intensa. En mi vida había hecho una videollamada, ¡ni una! Y en dos días tenía a todos los alumnos conectados por Zoom. Me descargué los manuales de sus cámaras, les hacía compartir pantalla, les mandaba retos cada mañana… Fueron 40 días, 40 retos. Estaba muerta, pero fue precioso. Incluso hicimos una exposición virtual, *Diario de una cuarentena*, sin vernos ni un solo día en persona.
Uno de tus alumnos más conocidos es Juan Tapia. ¿Cómo recuerdas su paso por el taller?
Empezó casi desde el primer año. Es un ejemplo clarísimo de evolución creativa. Ganó el Wildlife Photographer of the Year en 2015, su foto salió en National Geographic…Y sigue viniendo a clase. Está en el grupo de Experimental otra vez. Eso demuestra que todos necesitamos reciclar y seguir creciendo.
¿Qué otras satisfacciones te ha dado el taller con el tiempo?
Muchísimas. Gente que se dedica profesionalmente, otros que hacen comuniones, otros que simplemente encuentran un espacio social o terapéutico. La fotografía también es terapia. Y aquí se crea una familia. Da igual la edad o la profesión: se genera un ambiente muy bonito.
Hablabas del grupo experimental. ¿En qué consiste?
Es para quienes ya han hecho cámara, Photoshop y técnica fotográfica. Trabajamos procesos nuevos, proyectos más introspectivos. Ahora estamos ilustrando un poema escrito entre todos. Cada quien interpreta un verso. Es más libre, más personal, más creativo.
Dame tres referentes que no pueden faltar en tus cursos...
Solo tres es difícil… Diría Abelardo Morell por sus proyectos de cámara oscura; Cartier-Bresson por la composición y el instante decisivo; y el grupo AFAL, por su importancia histórica y su espíritu vanguardista, también Chema Madoz por su gran imaginación. Y siempre insisto a mis alumnos en conocer a nuestros fotógrafos de aquí.
¿Qué te llevó a formarte de nuevo después de tantos años?
La necesidad de reciclarme. Terminé los cinco años de la Escuela de Arte, luego hice un año de módulos, y después de diez años trabajando volví otra vez a la escuela. Coincidió con la llegada del digital. Fue un reciclaje profundo, sobre todo en cultura audiovisual. Aprendí muchísimo.
Después de tantos años, ¿qué te llevas a casa cada día?
La sensación de plenitud. Trabajo en algo que me apasiona, nadie se mete en mis programas y veo cómo los alumnos crecen. Eso es un lujo, y no todo el mundo puede decirlo.