La Voz de Almeria

Provincia

Lo de Andrea, la resistencia de Suflí

La colaboración de la Diputación ha permitido abrir en el Valle del Almanzora este pequeño oasis salvavidas de muchos vecinos

Raúl Guirado, alcalde de Suflí, y Javier A. García, presidente de Diputación, seguidos de Andrea en su tienda.

Raúl Guirado, alcalde de Suflí, y Javier A. García, presidente de Diputación, seguidos de Andrea en su tienda.La Voz

Juan Antonio Cortés
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Suflí no es solo la fritailla global de Paco Torres y María Luisa Cano. No es solo un bosque minero de hornos escondidos y un paraje singular de yesos acristalados de hace 200 millones de años: Las Yeseras. No es solo un remanso de paz, mirador del Almanzora, entre senderos de atractiva geología y empinadas cuestas que elevan hasta la plaza de arriba: la del ayuntamiento. 

Allí, en el ágora en la que nacen las calles sinuosas y los repechos de órdago, hay una canasta colgada en una blanca fachada, una iglesia donde duerme San Roque y, a la vera de la Casa Consistorial, ‘Lo de Andrea’, una tienda-bar inaugurada hace unos días y gestionada por Andrea Rubio a través del Grupo Sierro Vive, cuyo acondicionamiento ha sido financiado por la Diputación de Almería. La idea es firme: que los vecinos que viven en los pequeños pueblos sin tienda puedan hacer sus compras básicas sin salir a otros destinos y que el bar sea, como siempre lo fue, un lugar de encuentro y acogida.

Son las diez y media de la mañana de un día de verano. Casi un centenar de personas aguardan en una plaza ancha. A la sombra. Un perro guía a su dueño por la calle de abajo. Parece haberse detenido el reloj. El tiempo se mide por impulsos cadenciosos, latidos espaciados, dilatados, sin prisas. De pronto, se abre de súbito una puerta. Al fondo, 66 metros cuadrados y una terraza para las puestas de sol en verano. Así es esta tienda-bar de Suflí, adaptada por la institución provincial con mobiliario de cocina más propio de un restaurante de la Guía Michelín, una barra acogedora para apoyar el brazo -como manda la tradición en los viejos bares de los pueblos-, un apañado horno y estanterías que se alimentan de los productos elementales del día a día, hermanados con los gourmets de ‘Sabores Almería’. 

Cinco minutos antes de que apareciera el presidente de la Diputación, Javier Aureliano García, empecinado en que los municipios más deshabitados deben tener tienda, bar y agua, Andrea acababa de colocar las últimas descargas de cerveza, refrescos y cajas de leche. “Esto va allí”, nos dice con paciencia, mientras le echamos una mano. Hay una vitrina de cristal para el morcón de Serón y, de entre todos los gustos a la venta, la fritá nos invita a probar suerte. 

-¿Por qué ‘Lo de Andrea’?

-Ah, eso tiene fácil explicación. 

-(...) -sonríe, mientras piensa, resueltamente-.

-Aquí la gente te llama así. Si una señora se para con otra y le pregunta adónde va, qué diría. 

-Pues ni idea. 

-Está claro. Pues voy a lo de Andrea. 

-Y ahí se quedó. 

-Para qué mayor complicación. 

-Tan sencillo.

-Y claro. 

Andrea es joven, tiene pareja y quiere formar familia en el lugar que le ha visto nacer. Dice que es necesario arriesgar para sostener los sueños y que vivir donde están las raíces es un ideal posible. 

Posible, pero difícil. ¿Qué representa una tienda en un pueblo sin tienda?

Es una satisfacción, una gran alegría y también una gran responsabilidad porque han confiado en nosotros y ahora debemos hacerlo bien. 

Se necesita algo más que ganas para minimizar el éxodo rural. 

Bueno, pero el hecho de que haya servicios esenciales como una tienda o un bar es una manera de luchar contra el fenómeno de la despoblación. 

Por la gente que vive y por los que llegan los fines de semana. 

Porque se ofrece un servicio necesario que ayuda a los mayores a comprar lo básico, a realizar las compras rutinarias y, además, es un punto de encuentro para los vecinos y los familiares y amigos que nos visitan. 

Andrea sostiene a duras penas la emoción. La contiene con el afán, el trajín del instante. ‘Lo de Andrea’ aspira a ser un reservorio de ronroneo, un lugar donde se salude a los ojos con un ‘Buenos Días’ y se pregunte por los estudios de la nieta, un chasquido de vida social donde la mudez y el sigilo reinen en las horas sin término. 

Raúl Guirado, alcalde de Suflí, “un señor intenso” y contumaz, como lo describió el presidente García, fue quien promovió la idea.  

Cómo se gesta una historia así. 

Es un proyecto que llevaba bastantes años latente y que quedaba pendiente. Suflí tenía esa carencia: no contaba con una tienda para prestar el servicio a los ciudadanos. Hace años empezamos con el PFEA, pero nos faltó liquidez.

Hasta este mandato. 

La Diputación ha apostado en esta legislatura en especial por los pueblos pequeños. Me puse en contacto con la diputada Esther Álvarez y, tras una serie de reuniones, conseguimos darle un impulso. 

Suflí es Almanzora, pero su aspecto identitario es puramente filabreño. Qué lo distingue. 

Nuestro pueblo aporta tranquilidad. No todos los municipios de la comarca y de la provincia pueden decir lo mismo. Aportamos un turismo de naturaleza. 

Alguien viene un domingo a lo de Andrea. Proponga un sendero otoñal. 

Uno homologado: el de los Yesares. Depende de la época del año, podemos descubrir una naturaleza viva y una geología admirable.

Suflí es minería. Alguna idea. 

Tenemos un proyecto ilusionante para hacer transitable una cueva de yeso y así reconocer el trabajo de los antiguos mineros cuando se adentraban en las canteras para extraer el mineral. 

Y qué van a hacer. 

Dentro de la cueva hay una segunda cueva. Queremos hacer ahí un museo explicativo. En el exterior se pretende realizar un museo geológico provincial en el que esté representada toda la minería de la provincia. Y haremos dos piscinas de bateo para que los escolares puedan encontrar su particular oro. 

Desde el museo de la almazara, escalamos una calle hacia la plaza. En un recoveco de casas encaladas, un aroma: huele a aceite embadurnado en pan. Desayuno divino. Mientras saborea el manjar, alguien escucha la radio. Le acompaña una abuela con delantal. Tenue bisbiseo en medio de la quietud. 

Aún se ven, de noche, las sillas en las puertas. Viejos que conversan al fresco espantando mosquitos y soledad. Por San Lorenzo, el cielo se enamora de Suflí y nos seduce para que lo escrutemos. Se oye el cantar de los pájaros y el refunfuñar de las aves lejanas. Los ladridos son un latido de vida. Hay sombras alargadas de tejados durmientes donde protegerse del pesado astro.

Arriba, donde lo de Andrea, una luz entra por el ventanal de la hermosa terraza del estío. Allí da la sombra pronto. Donde el nuevo tintineo de las cucharillas del café. Donde la compra de un kilo de tomates es siempre una excusa para departir, que es tanto como compartir. Donde gorjean los moteros en las auroras del sábado en busca de la emancipación de un pueblo bucólico y, hasta donde puede, libre. Andrea sabe que cada café servido, cada cerveza liberada, cada barra de pan ofrecida… son algo más que números de caja registradora. Son susurros gritando esperanza, bramidos que anhelan futuro, una asamblea de criaturas que no se resignan a recordar el ayer con la melancolía de quien se sabe sometido a la dictadura del tiempo.

-Dónde vas, María.

-A lo de Andrea.

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