El calor y los pájaros
“El Papa ha dado un toque a ese hombre civilizado pero que no se pregunta en qué planeta vive”
No estoy en condiciones de poder demostrar que las olas de calor que estos días sufrimos tienen relación con el cambio climático, pero si así fuera muy poco es lo que hacemos para no morir asfixiados como los pájaros. Hay quien dice que por Córdoba o así caen los pájaros del árbol ya fritos. Durante estos meses, los campesinos ortodoxos afirman que siempre fue así, suben los termometros, y hay que echar mano del sombrero de palma y el botijo colgado en la parra; otra gente más joven, quizá algo mejor informada por los metereólogos, lo achacan al calentamaiento de la tierra. No sé, no sé. Permítanme el beneficio de la duda. Lo cierto es que aquí en Aguadulce apenas se oye ya cantar un pájaro en horas de canícula. Y conste que aún quedan restos de arboledas y ramblas en donde aún es posible la sombra fresca. Como decía aquel niño: ¿Dónde se mete el viento cuando no lo oímos? ¿ Dónde respsiran los pájaros cuando aprieta el calor? Uno de los placeres de mi vida es poder constatar que, pese al cambio de estaciones, a las vueltas que da el planeta y a los destrozos de la naturaleza por culpa de los hombres, los pájaros acuden como un reloj todas las primaveras. Parece que fueran los mismos de la tempoerada anterior, pero no, son pájaros nuevos, la añada ha funcionado, el planeta dio la vuelta y el ciclo de la vida también. El Papa ha dado un toque a ese hombre que podríamos llamar civilizado pero que jamás se prenguta en qué planeta vive y cómo puede terminar esta partida. Holgazonea envuelto en la maravilla codidiana de su grifo de agua clara. Todos los días pone en marcha su maquina de afeitar, su secadora y su lavadora sin calentarse la cabeza sobre cómo funciona el mundo. Él dice que ya tiene bastante con buscar el dinero que cuesta todo eso. Pero debemos mirar traversalmente – que no somos simples rumiantes en mitad del prado miestras pasa el tren - también hay que acordarse de los que no tienen agua, ni electricidad, ni siquiera leña para calentarse. Hasta ahora no se tenía conciencia ecológica del planeta que habitamos. Ese hombre primitivo y de ciudad que no se cuestionó nunca por qué había pan todos los días en las panaderías. ¿Era el azar? ¿Era la promesa evangélica a los pájaros que ni siembran ni siegan? Bien, esto lo dejamos a lo c reyentes. Los agnósticos lo llaman de otra manera. Y ha llegado un tiempo en que todos hemos de pensar que vamos en el mismo barco cabezeante.