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Opinión

Almeriense universal de la memoria sentimental Coplas son amores

Almeriense universal de la memoria sentimental Coplas son amores

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Como un reguero de pólvora internauta la noticia corre, la mala siempre antes que la buena. Ha fallecido Manolo Escobar, insigne almeriense y puntal de la canción española. Superventas con éxitos, alguno allende nuestras fronteras, en esos años sesenta del pasado siglo. Años del Desarrollismo, emigración, los calzones de Fraga en Palomares, el mito de las suecas, las tímidas revueltas, y las monteras de los Beatles en el aeropuerto del Prat de Llobregat,... Manolo, icono del macho ibérico, genio, figura, voz, quiebro aflamencado, tupé y talento de una España que cantaba para espantar males y tristezas, atraer esperanzas y ahorros soñados en un seiscientos o un electrodoméstico. Manolo, alegría y rumba cuando los primeros conatos del consumismo atenuaban  la dignidad de un pueblo hecha piltrafa, los odios y las dos Españas tras una guerra más incivil que ninguna.
España empezaba a abrir cancelas y a encender tímidamente candelas en algunas mentes en esos años sesenta. Divisas que llegaban, aires nuevos, viciados para unos, ibérrimos para otros. Escobar encarnó en el celuloide al buen hijo, al buen padre, cura o marido. Sinceramente, no hay más grandeza para un artista que acabar instalado en la memoria de varias generaciones. Unas que lo siguieron con fervor, otras, que aunque nos parecía rancio en su cantar y pose, nos caía bien, porque era de la familia y estaba en nuestros genes quisiéramos o no. Es una sensación parecida, en mi caso, a la que tengo con Raphael. A mí el fallecimiento de Manolo Escobar me ha transmitido varias sensaciones justo al conocer la noticia: el recuerdo de mi padre a la guitarra y mi madre a la voz en sus fiestas donde un pequeñajo, el que les escribe, se empapaba sin pretenderlo de lo que allí discurría. El olor más antiguo si cabe, de mi bisabuela María del Mar Gázquez que tocaba el acordeón, y mi bisabuelo Jesús Sánchez que en su vieja carnicería eran fervientes seguidores de este ejidense cuando lo veían aparecer en su televisor en blanco y negro. Y por último, aquellas coplas pegadas a las farras de adolescencia, donde el viejo amigo y paisano emigrante en un pueblo cerca de Hannover, Juan Francisco Hernández Reina, al que todos llamábamos en Pechina ‘el alemán’, cantaba al son de mi guitarra esas canciones llenas de alegría (Mi carro, Porompompero, etc.) en sus despedidas al final de las vacaciones de verano, antes de volver al frío tiempo teutón... Se nos ha muerto, con Manolo Escobar, algo que es parte de todos, un cachito de nuestra memoria sentimental.


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