La ironía como arma
La ironía como arma
El periodista que va por libre y no tiene detrás de sí ni partido ni empresa ni perro que le ladre, tiene que recurrir al uso de la ironía como arma de persuasión.
Ya sé que esto es un recurso retórico de los muchos que utilizaron los poetas desde antiguo, pero no poco más se puede hacer en unos tiempos en los que el poder económico lo controla todo, incluyendo a la política. Así, resulta irónico que un ministro japonés diga que lo mejor para arreglar el asunto de las pensiones es que los viejos se mueran pronto.
Siendo el hombre una mercancía como postula el capitalismo, los viejos representan un stock inútil a lo largo de la factoría de la vida. Otra cosa muy distinta sería si, como ocurre en algunos poblados de Africa, los mayores fueran bibliotecas humanas, archivos del saber de la tribu y remedio contra los peligros de la selva.
A lo largo de la historia de la literatura hemos conocido a grandes escritores irónicos que utilizaron el instrumento como el bisturí que raja la carne sin herirla. Recuerdo en mis tiempos de estudiante la impresión que me produjo el poeta Marcial con sus agudos dardos envenenados. Marcial disparaba contra los vicios de la sociedad romana empleando una ironía algo cazurra y aragonesa. Allí el avaro que cuenta su monedas, el hipócrita, el adulador, el cobarde etc.
A veces la ironía es el último cartucho que queda cuando hasta la lógica se vuelve contra ti. ¿No parece ilógico que un juez pida amparo porque no respetan su autonomía para llevar adelante la instrucción al mismo tiempo que el fiscal le acusa de prevaricar logrando que el encarcelado vuelva a casa con la cabeza bien alta porque no tiene nada de qué arrepentirse?
Estas cosas ocurren y no en un mundo de fantasía donde todo estuviese trastornado sino en el nuestro.
¿Dónde se esconden esos intelectuales que son capaces de protestar porque se pierde el encaje de bolillos y en cambio no son sensibles a que los niños reciban tres comidas pagadas por la Junta? Esta gente merecería la pluma de un Quevedo en su horas más siniestras.