La tonadillera
La tonadillera
No hay filosofía que consuele más frente a las desgracias de la vida que la letra de algunas canciones andaluzas que por su incidencia en el resto de las provincias han pasado a llamarse españolas. ¿Quién no recuerda las penas amorosas de Carmen la Cigarrera, las dudas metafísicas de la Parrala o las desgracias (“teniéndolo tóo”) de María de la O? Son historias asombrosas de generosa entrega por un lado pero, por otro, al borde de la tragedia. Esta veta melodramática no se pierde nunca y probablemente de aquí arranque el cariño de los públicos que no se borra con el paso de los años. Ultimamente la tonadillera por excelencia era Isabel Pantoja, una mujer que desde muy temprano fue visitada por el dolor de ver muerto al marido por el consabido toro hernandiano. Ayer la Audiencia de Málaga condenó a Isabel a dos años de cárcel y a casi millón y medio de multa por blanqueo de dinero. Ahora cuesta discernir si nuestra tonadillera fue a su mala suerte por amor o por sordidez de la pasta. Adivínelo Vargas. Lo cierto es que el país anda dividido. Unos la llaman guapa y otros ladrona y choriza. Cuando un líder musical alcanza a remover los posos de la existencia entre las clases populares no deberíamos echar en olvido su contribución sentimental. Ustedes dirán, seguro, la frase que hoy se repite cierta gente: todos somos iguales ante la ley. ¿Es esto cierto siempre? ¿Se ceban en los grandes defraudadores que conocemos los mismos gritos y los mismos rencorosos zarandeos de la Pantoja? Lo peor de este suceso es que la tonadillera pase a ser letra de una tonadilla sin que sepamos distinguir entre la vida y la muerte. España hoy representa el gran coso donde ocurre la división de opiniones. ¿Qué prefieren? ¿Las alegrías del vivir o el recuerdo del luto? Oigamos lo que dice la copla.