La Voz de Almeria

Opinión

Jose Fernández
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Ha dicho el Alcalde, Ramón Fernández-Pachecho, que si repite el cargo tras las próximas elecciones municipales abordará la reforma del reglamento de los plenos municipales. Quizás eso pueda parecer una minucia, pero créame que usted, que tiene la paciencia de detenerse en estos pequeños rincones de la oferta informativa, será de los que más lo agradezcan. He informado y preparado plenos en el Ayuntamiento de Almería desde los tiempos del recordado alcalde Cabrejas, y he comprobado que, al igual que tantas otras cosas en la vida, los plenos han entrado en una espiral de gestualidad hueca (lo que los vulnerables de vocabulario llaman ahora postureo) que aburre y desmotiva. Recuerdo que cuando antes, en el viejo salón de plenos de falso artesonado de madera (en realidad era yeso pintado con betún de Judea, con perdón de los propalestinos) había concejales que destacaban por su elocuente capacidad de argumentar sin recurrir a frases previsibles. Eran otros tiempos, otros medios y otras velocidades, pero al final el objetivo era el mismo: utilizar el Pleno como caja de resonancia de una posición política y el desarrollo expositivo de un voto favorable o contrario a un proyecto sometido a debate. Pero desde hace unos años, y especialmente desde la irrupción de las redes sociales, hay concejales que confunden el Salón de Plenos con la Pasarela Cibeles de su propia carrera política. Y los hay incluso que gustan tanto -pero tanto- del sonido de su propia voz, que peroran sin freno ni tasa, enlazando circunloquios y ocurrencias en las que, de cuando en cuando, se desata el cinturón negro que llevan dentro para descargar fulminantes patadas al diccionario. Un innecesario ejercicio de exhibicionismo verbal que a nada conduce, salvo a la desconexión del ciudadano y al tedio generalizado. Por eso, acabar con el primadonismo plenario es algo más que un alivio: es una herramienta para la supervivencia de la institución municipal.

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