El ciudadano dudoso
“Es difícil ser ciudadano, si de verdad quieres serlo, no basta con externalizar el pensamiento”NortonInternetSecurityBFNortonInternetSecurityB
Se dice que España ha regresado a la politización. Fruto del desencuentro patente entre las élites y las masas o de las desigualdades derivadas de la crisis, el caso es que parece que hoy, aunque tímidamente, nos preocupa más la política. Sin embargo, es en la práctica donde nos perdemos, porque acudimos al debate desde la confrontación y no desde la deliberación. La diferencia entre ambas posturas es bien sencilla: en una se escucha y en la otra no. Se puede comprobar en las tertulias televisivas, donde los gladiadores de plató, bajo su océano de conocimientos de dos milímetros de profundidad, se lanzan argumentos a la cabeza en vez de abrirlos y ver qué hay dentro de ellos. Pero también en las tertulias ciudadanas, donde es imposible argumentar si admites que la desconfianza cívica y no la histeria de trinchera es lo que te mueve a dialogar. Y es que en la sociedad de la polarización no existen los grises: dime a quién criticas y te diré de quien eres. Da igual que los critiques a todos, siempre habrá alguien que te identifique y te señale en un lugar predeterminado por sus prejuicios. Es, en definitiva, una lógica inversa: no hace falta que defiendas algo o a alguien para que te identifiquen con eso, basta que critiques las verdades absolutas que se le enfrentan. Y suelen utilizarla los mismos que mediante un tuit o una frase son capaces de explicar todas las mañanas del mundo, porque desde su cerrazón impostada y perezosa no entienden que el matiz de la duda es el que hace grande al ciudadano en su complejidad. Y es que es difícil ser ciudadano, si de verdad quieres serlo. Para ello, basta con no externalizar el pensamiento. Con erigir a la duda como punto de partida de todo análisis político y social aunque para ello sea necesario admitir que no sabemos nada e, incluso, que poseer razones no equivale a tener la razón y que denunciar no supone encarnar la posición verdadera. Cuando apenas tenía un año de edad, mi padre me hizo un regalo: era un ejemplar de la Constitución. Incorporaba una dedicatoria: “A mi hijo Ramón, para que piense siempre como un ciudadano, nunca como un súbdito”. Cuando se sienten al debate, piensen de qué manera lo hacen.
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