Antonio Segura Rodríguez
El pintor republicano que conoció a Evita
Eduardo D. Vicente
Se nos ha ido Antonio Segura Rodríguez, el hijo del maquinista del ferrocarril, el pintor que se estrenó en el oficio con la fachada de Calzados el Misterio, el almeriense que emigró a Argentina y conoció a Eva Perón, el eterno inquilino de los cafés del Paseo que siempre llevaba una historia en la mano para quien le pudiera interesar, el vecino ejemplar de la Rambla Obispo Orberá que fue dejando huella a base de generosidad en todos los que lo conocieron. Lo veíamos caminar por el Paseo y por los alrededores del Mercado Central, envuelto en su traje claro en verano, regalando sonrisas, derrochando ganas de vivir, esquivando el paso del tiempo con una vitalidad de eterno adolescente. Antonio llevaba siempre encima una vieja carpeta que contenía su gran tesoro: unos cuantos folios escritos a mano donde él mismo relataba lo que había sido su vida. La llevaba escrita por miedo a que un día al levantarse de la cama no se acordara del pasado. No quería olvidar ni un solo detalle de su existencia, por amargo que fuera. Allí, en aquellos folios desordenados y con la tinta desgastada por los años, describía el dolor que sintió por la muerte prematura de su madre siendo él un niño, y como su hermana mayor, Amelia, le dio una lección de coraje haciéndose cargo de sus seis hermanos. Hasta que no los vio criados no se casó tras un largo noviazgo de catorce años. Le gustaba hablar de los días felices de su infancia, sobre todo de aquellas semanas de euforia que acompañaron a la proclamación de la República y de los miedos que sembró el alzamiento militar en la ciudad. Solía relatar que al día siguiente, el 19 de julio de 1936, él fue uno de los que se dirigieron al edificio del Gobierno Civil para reclamar las armas que había almacenadas en el sótano. A pesar de que todavía no tenía 18 años, se alistó como voluntario en el ejército republicano y fue destinado al frente de Juviles, antes de acabar siendo uno de los jóvenes que batallaron en Teruel. Después llegó la posguerra, que fue especialmente dura para él. Contaba que perdió a su padre una tarde que se lo llevaron a declarar, y que su familia se resquebrajó entre los que murieron y los que se marcharon al extranjero. El exilio marcó su existencia. Al principio porque vivió acorralado durante aquellos años de fuerte represión debido a su pasado socialista, y después al verse obligado a emigrar a Argentina, donde permaneció durante catorce años. Allí encontró trabajo, tuvo a su hijo y escribió algunas de las páginas más importantes de su vida, como fue conocer en persona a Eva Perón, de la que conservaba un recuerdo inolvidable. “Esta gran mujer guardaba un baúl viejo como si fuera una reliquia, un baúl con el escudo de Almería. Un día me lo enseñó y al verlo, lloré de emoción”, contaba Antonio Segura. El fútbol Como tantos jóvenes de su generación, el fútbol fue una de sus grandes pasiones y su gran evasión para olvidarse del hambre. Jugó en los equipos más significativos de la Almería de los años cuarenta. Empezó en su barrio, defendiendo la camiseta del Celta de Los Molinos, después jugó en el Chorro y en 1945 fichó por el Motoaznar, que luchaba con la Ferroviaria por la representatividad del fútbol de la capital. Antonio Segura Rodríguez siempre llevaba su historia a cuestas y cada vez que salía retratado en algún periódico, hacía cien fotocopias y las iba repartiendo entre sus vecinos y sus amigos de siempre. Hace unas semanas que dejamos de verlo en sus lugares de costumbre. Su alma seguía siendo joven, pero su corazón se empeñó en llevarle por una vez la contraria.