La Voz de Almeria

Obituarios

Cristóbal Muñoz Montoya

Un adiós al penúltimo flamenco

Tus amigos de Aguadulce

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Si este escrito fuera triste, como suelen serlo casi todos los necrológicos, a Cristóbal no le hubiera gustado. Porque Cristóbal era un auténtico flamenco, no solo en el aspecto artístico -gran aficionado, fundador de la Peña El Taranto-, sino también en el sentido filosófico del término. Y el flamenco, además de obviar la tristeza, sabe que, cuando le llega el momento de abandonar este mundo, lo importante es que el viaje te pille con las alforjas llenas del cariño de tu familia, del afecto de tus amigos, del deber cumplido en tu profesión, y de la tranquilidad de haber intentado hacer el bien. Todo eso lo tuvo él con una gran mujer, Mary, con sus hijos y nietos que lo adoraban, con innumerables amigos de las distintas épocas de su vida, con su bien ganada reputación como protésico dental. Naturalmente para conseguirlo tuvo que dar también a raudales cariño, amistad, trabajo y bondad. De su época de banderillero aprendió probablemente que el camino se anda sin prisa, intentando no descomponer la figura ante las dificultades y con toda la elegancia y el señorío que permitan las circunstancias. Y así lo hizo desde su juventud en Barcelona, pasando por su madurez en la calle de la Reina, hasta su jubilación en Aguadulce. Lo hizo, además, con un envidiable sentido del humor y con lo que un flamenco llamaría “buena sombra” Si las personas viven lo que permanecen en nuestro recuerdo, Cristóbal vivirá largo tiempo. Descanse en Paz. Y, como él diría, que nos espere muchos años.

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