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Cómo nació y sobrevivió el kiosco más multitudinario de Almería

El Lengüetas es un mítico bar fundado en 1965 en la Plaza de España, en Ciudad Jardín

Jesús (Chus) Pérez Moreno, hijo del fundador del Lengüetas y actual dueño.

Jesús (Chus) Pérez Moreno, hijo del fundador del Lengüetas y actual dueño.Elena Ortuño

Elena Ortuño
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Con una vetusta plancha y tres frigos dentro de un pequeño kiosco hexagonal, el bar Lengüetas es historia viva de Ciudad Jardín. Hogar de obreros, médicos, policías, políticos y un sinfín de personalidades almerienses -y de otras que no lo son tanto-, el templo del pescado fresco funciona desde 1965 como un rincón de encuentro tanto para los que son del barrio, como para los que no.

Con Jesús Pérez Moreno a la cabeza -Chus para todo aquel que se haya aventurado a probar una de sus codiciadas tapas-, el Lengüetas mantiene 60 años después de su fundación la misma esencia del primer día en el que Pepe -dueño originario del Lengüetas, padre de Jesús y causante del nombre con el que se bautizó al negocio- subió la cortina. 

Unos orígenes humildes

De un espacio en el que se vendía prensa, Pepe logró levantar -a base de cerveza, carne y pescado a la plancha- un digno sucesor del anterior negocio gastronómico de su familia, que por aquel entonces era el bar La Americana. 

Unas rondas de cerveza entre unos clientes del kiosco el Lengüetas de Ciudad Jardín.

Unas rondas de cerveza entre unos clientes del kiosco el Lengüetas de Ciudad Jardín.

El porqué de que este hombre, tan almeriense como las olas de El Zapillo, pasase a ser conocido como "el Lengüetas" Chus lo tiene claro: "No paraba de charlar. Lo veías ahí, en la plancha, con su espátula, dándole la vuelta a las gambas y siempre hablando, hablando sin parar. Era como si le bailara la lengua. Tanto que sus amigos lo llamaron así", recuerda su hijo con una sonrisa de añoranza.

Desde que Pepe se jubiló, Chus tomó las riendas de un negocio que le ha visto crecer: "Yo he estudiado, aprendido a hacer cuentas, a leer y a escribir aquí", reconoce el hostelero, quien añade que su título de empresariales también se lo sacó entre el olor de los chorizos a la plancha y las bromas de rostros conocidos y clientes fieles: "Mis padres siempre estaban tras los fogones, nunca en casa, igual que mis hermanos mayores; estábamos todos juntos aquí".

Desde el juez Garzón hasta alcaldes y vecinos

El Lengüetas no hace distinción de clases. Por allí han pasado desde señores enfundados en trajes de chaqueta hasta policías “de la secreta” y vecinos a los que no les quedaba “más remedio” que pasarse por allí, día sí, día también.

Allí se deleitaron personalidades como el juez Garzón, todos los alcaldes que ha tenido Almería, trabajadores del antiguo concesionario de coches del barrio... todos unidos por el amor a las gambas rojas, los calamares, las agujas o las almejas abiertas al calor de la plancha. 

"Dan igual el resto de tapas; si te falta la gamba parece que ya no tienes nada”Chus, segunda generación al mano del Lengüetas

Así lo confirma Luis -un almeriense que, durante la presente entrevista, mira con curiosidad, apoyado en la barra del bar-. “La gamba vuelve locos a los clientes. Da igual que tengas los ingredientes para hacer todas las demás tapas; si te falta la gamba parece que ya no tienes nada”, explica el dueño mientras se encoge de hombros con resignación.

A pesar de la dureza de la hostelería, Chus no abandona el buen humor y el trato cercano a los que hoy son ya casi de la familia. Afirma entre risas que hay clientes que cierran el bar y que al día siguiente por la mañana son los primeros en llegar: “Ha sido de esta manera siempre”.

José Pérez Mañas ‘el lengüetas’, junto a sus hijos, su yerno y el camarero Andrés y al fondo la legendaria plancha.

José Pérez Mañas ‘el lengüetas’, junto a sus hijos, su yerno y el camarero Andrés y al fondo la legendaria plancha.La Voz

Esa hospitalidad y mimo hacia su gente se refleja hoy en día con actos tan cotidianos y significativos como el que desde diciembre lleva haciendo Chus: “Aquí al lado hay una casa de reformas y los obreros desayunan a las 10.00 horas. Nosotros solíamos encender la plancha a las 10.30, pero decidimos adelantarla media hora para que ellos tuvieran donde almorzar”. Desde entonces, no hay día en el que los albañiles de Ciudad Jardín no hayan hecho la parada prometida en el kiosco Lengüetas: “Por la mañana y a mediodía, siempre vienen”.

Memorias de un lugar icónico

En un bar con tanta longevidad los recuerdos vuelan entre cañas de cerveza y tapas de acompañamiento. Peleas y reencuentros familiares, generaciones que se suceden unas a otras en la terraza del bar, a la sombra de sus árboles y buganvillas, e, incluso, momentos de genialidad aplicada en sinvergonzonerías como ‘simpas’ y otras travesuras.

Sobre este último ámbito Chus recuerda un momento en especial: “Un día vino un hombre que se pidió cuatro cañas con tapas. A la quinta, anunció en voz alta que se iba al aseo y dejó su móvil y un paquete de tabaco sobre la barra. Al rato, me di cuenta de que el señor no había vuelto y de que ya habían pasado otras personas al baño. Fue entonces cuando me di cuenta de que el móvil era un nokia antiguo sin batería y de que el paquete estaba vacío. Nunca volvió a aparecer por allí. Fue una genialidad”, recuerda con una sonrisa que no se decanta entre la vergüenza y el asombro.

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