El día después de un crimen que ha conmocionado a todo un barrio: "No se metía con nadie"
Manuel vivía solo en una pequeña casa de la estrecha calle Arqueros, donde se sentaba cada tarde en su vieja butaca "a la fresca"

Fachada del domicilio de Manuel, hombre de 79 años de edad que murió apuñalado por su hijo este miércoles.
Como cada mañana, el entorno de la Plaza de Toros se desperezaba con el sonido de las persianas de varios negocios que abrían sus puertas para encarar otra jornada de trabajo. Algunos vecinos, como siempre, se saludaban mientras sacaban a sus mascotas por la Avenida Vílches y el aroma del café recién hecho de la Heladería Jijona o el Bar Plaza comenzaba a mecerse desde bien temprano por las calles de la zona. Esta barriada de la capital almeriense empezaba un nuevo día, pero se respiraba un ambiente este jueves que no era el habitual.
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El crimen ocurrido la tarde anterior en calle Arqueros ha modificado la rutinaria estampa de un barrio que se marchó a dormir conmocionado y se despertó sin creerse aún lo ocurrido. En Plaza de Toros se vive un luto no oficial, donde solamente se habla, en voz baja, de la muerte de Manuel, un vecino de 78 años de edad que fue apuñalado por su hijo y se desangró en plena vía pública, junto a la puerta de su casa.
Muy querido en el vecindario
Vivía solo, en una pequeña vivienda de 1940 de alrededor de 20 metros cuadrados, con la típica fachada almeriense de puerta alta de madera en dos piezas verticales estrechas y una ventana grande con forjado a la derecha. Según ha podido conocer LA VOZ, la víctima tendría al menos una hija más, con la que la relación sí parecía ser buena. Algunas vecinas, el mismo miércoles, relataban a agentes de la Policía Nacional que esta lo visitaba a veces, aunque no sabían exactitud si el fallecido estaba en condición de soledad por estar separado o por viudedad.
Aunque el vecindario no conocía demasiado sobre el pasado y la vida personal de Manuel, más allá de tener constancia de algún que otro conflicto que tenía con su hijo Andrés, detenido como presunto autor del parricidio, formaba parte del tejido social de la barriada. Todo el mundo sabía quién era, lo saludaban con cariño y era una de esos entrañables rostros del paisaje de un vecindario que ha quedado con el corazón encogido.

Agentes de la Policía Nacional y de Medicina Legal Forense, en el lugar del suceso.
Con la llegada del calor, Manuel sacaba a la calle una vieja butaca y acercaba el televisor hacia la puerta de su casa para verlo desde fuera. Ahí, sentado cada tarde sobre esa especie de mecedora de madera y tapizado ya desgastado del paso del tiempo y de la luz del sol, pasaba horas "a la fresca", como relata María del Carmen, una anciana del barrio que coincidió con el fallecido pocas horas antes del terrible suceso.
"Siempre estaba tranquilo, se sentaba ahí fuera de la casa, al fresco, y veía la tele, que estaba dentro. Aquí lo conocía todo el barrio, te lo encontrabas haciendo 'mandaíllos' y no se metía con nadie", comenta a LA VOZ otra vecina que también se cruzó con Manuel el miércoles por la mañana e incluso le invitó a sentarse con ella para tomarse un café.
Un duro día después en el barrio de Plaza de Toros
Manuel era un hombre solitario pero sociable. Siempre que iba por la calle, con sus bolsas de la compra, y se cruzaba a los vecinos que paseaban a los perros, se paraba para acariciar a los animales y dedicar un agradable saludo a sus dueños. Luego, en silencio, seguía caminando hacia su casa, ubicada en una típica calle estrecha de la zona, de esas que invitan al paseo sobre unos adoquines que este miércoles quedaron manchados de sangre.
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Pocas horas después del crimen, mientras la Policía Local localizaba a su hijo en una cafetería de El Zapillo, se procedió al levantamiento del cadaver en calle Arqueros ante la mirada de decenas de vecinos y bajo un silencio sepulcral que solamente rompían los recién llegados: "¿Qué ha pasado?". La respuesta más recurrente empezó a tomar fuerza: "Han matado a Manuel. Parece que ha sido su propio hijo".
Con el arresto ya confirmado de Andrés, de 51 años de edad, la calle quedó vacía, la Heladería Jinona, a escasos metros del lugar en el que murió desangrada la víctima tras ser apuñalada en el cuello, recogía las mesas de su terraza y bajaba a media altura una persiana que este jueves tuvieron que volver a levantar, con rostros de tristeza y conmoción por la muerte de uno de sus clientes y vecinos. Es el día después de una tragedia en una barriada en la que sigue la vida, en cuyo famoso kiosco frente a la Plaza de Toros han vuelto a jugar al dominó, como siempre, pero hoy jueves por todo el barrio se imponen los murmuros y todas las miradas se clavan en el número 25 de calle Arqueros, donde ya no se ve la vieja mecedora de Manuel en la puerta.