El marcador sus nombres y sus historias
Estuvo patrocinado por firmas comerciales y necesitaba de un empleado que manejaba las tablas
El marcador era tan antiguo como el escenario. En los primeros años setenta el marcador del estadio de la Falange tenía la figura de una casa con dos ventanas donde se iban colocando las tablas con los números de los goles. Aquel invento era una modernidad comparado con los marcadores que habían ido contando los goles de los equipos a lo largo de treinta años.
En la posguerra el marcador era un invento casero . El primero lo montó la empresa Motoaznar en el que después fue el campo del Seminario y el segundo lo construyeron los carpinteros de los talleres de Oliveros en el estadio de la Falange, y no pasaba de ser un poste de madera con dos huecos en el capitel para que se introdujeran los números. Tan humilde artilugio no necesitaba de ningún mecanismo para que se pusiera en funcionamiento, tan sólo de la mano del hombre que iba subiendo las tablillas conforme se iban marcando los goles. Detrás del marcador estuvo siempre la figura del hombre del marcador, el encargado de tener disponibles los números del cero a nueve y el responsable de que los aficionados estuvieran perfectamente informados de cómo iba el partido. Sucedía a veces que el hombre se despistaba, que marcaba el equipo visitante y él, empujado por las ganas de que ganara el Almería, colocaba el uno en la casilla del local provocando la ovación del respetable.
El hombre del marcador que estuvo más tiempo ejerciendo el cargo se llamaba José Salazar, y ocupó el puesto durante veinte años. Empezó en el invierno de 1945, cuando con una rudimentaria pizarra que le proporcionó don José Aznar, propietario de la empresa Motoaznar, pintaba a tiza los goles que se cantaban en el primitivo campo del Seminario.
Algo más sofisticado era el marcador que manejaba en el estadio de la Falange, fabricado en Oliveros, aunque se pude afirmar que su primer marcador reglamentario, con su pareja de tablillas con todos los números del cero al nueve y decorado con motivos futbolísticos, lo inauguró en septiembre de 1950, en un partido entre el Almería y el Iliturgi en el Estadio de la Falange. Aquel marcador, que fue donado por el empresario Antonio León Mena, propietario del bar Pasaje (hoy Parrilla), no tuvo una buena acogida entre la afición, que se quejaba de que no se distinguían bien los números en negro sobre un fondo azul.
Doce años después, en octubre de 1962, Salazar tuvo el honor de inaugurar otro nuevo marcador, esta vez donado por la ‘Cerveza Azor’, que también funcionaba a mano, por lo que tenía que ir colocando las tablas con los números en los huecos cada vez que había un gol. Lo que más le enfadaba al bueno de Salazar era que los niños le escondieran algún número y lo que le quitaba el sueño es que en algún partido a un equipo se le ocurriera marcar más de nueve goles, posibilidad que no contempló el fabricante del marcador. Números había, pero lo que faltaba era el hueco necesario para que entraran los dos dígitos en una misma casilla.
Pasaron los años y el fútbol del estadio de la Falange siguió anclado en sus viejas costumbres, con sus gradas pasadas de moda, su palco de otro siglo, sus vetustos vestuarios y su marcador que se iba cayendo de viejo, a pesar del patrocinio de firmas importantes como muebles La Fama o el bar Tore. Hubo que esperar a tener un nuevo escenario para cambiar la historia de los marcadores. En octubre de 1976, un mes después de que el Almería empezara a jugar partidos oficiales en el campo Franco Navarro, la Caja Rural donó un marcador electrónico que fue recibido en las gradas como si se tratara de un gran acontecimiento. Se inauguró oficialmente en un partido nocturno de la Copa del Rey, que el equipo almeriense disputó ante el Badajoz. El primero futbolista que anotó un gol para que lo registrara el electrónico fue el delantero centro Gregorio, con un remate de cabeza a centro de Rojas. El nuevo marcador electrónico tenía un problema: en los partidos con sol apenas se distinguía cuál era el resultado.