Su paisaje es universalmente admirado, gracias a un invento: el cine. Y es que, el desierto de Tabernas ha sido encuadrado y enfocado por numerosos directores de cine, además de ser escenario para decenas de película. El Oeste americano, el Norte de África y los desiertos árabes se han visto recreados en estas tierras almerienses. 

Todavía es fácil tropezar, mientras extasiados se recorren el rotundo, austero y cegador paisaje del desierto más grande de Europa, con casquillos de balas de fogueo, o con decorados derruidos que se han integrado como restos arqueológicos de estas resplandecientes y áridas tierras. 

Y el hombre creó el desierto

La cultura del cine no solo sirvió para impresionar en la retina de medio mundo, sino que, por azar, también aportó un grano de arena. En concreto, lo hizo en 1969, cuando se acondicionaba el acceso al castillo para el rodaje de varias escenas de la película Patton, de Franklin J. Schaffner. Fue entonces cuando se descubrieron restos arqueológicos de época neolítica y medieval y varios enterramientos árabes del siglo XII. 

Pocos años después, en 1972, 1973 y 1974, el arqueólogo Francisco Gusi Jener excavó el Poblado de la Terrera Ventura. Gracias a estas investigaciones, podemos saber que este yacimiento abarca un periodo cultural de aproximadamente de mil años: de 2850 a 1950 a. d. C.

Fue un asentamiento agro-pastoril y ganadero y representa una población autóctona neolítica culturalmente muy conservadora, del sustrato evolucionado de la Cultura de Almería, la cual recibió de una manera indirecta y muy sosegadamente,  sin cambios excesivamente aparentes, los nuevos estímulos de la Culturgruppe de Los Millares, a finales del III milenio. 

El origen del desierto de Tabernas

Estudios sobre los restos de la fauna de esta zona, situada al norte de la ciudad de Almería, entre las sierras de los Filabres y de Alhamilla, han demostrado que la aridez inherente actualmente al paisa es Tabernas es un devenir histórico. 

En este sentido, según Angela Von Den Driesch y Arturo Morales, existía en aquella época una gran variedad de animales: vacas, ciervos, un caballo singular del que no hay ratre en otros puntos de Andalucía, uros, jabalíes, cabras montersas, linces y gatos montañeses. 

Esto quiere decir que inevitablemente precisaban de bosque, por lo que se puede sospechar que por los valles, hoy secos, pudieron transcurrir cursos de agua que permitieron la formación de arboledas a sus orillas, y que en las laderas de las montañas crecieran también árboles. 

Al parecer, todo apunta que la desaparición de este rico y umbroso hábitat se debió a las manos del hombre, tanto por medio de su acción directa, talando y desforestando zonas para el establecimiento de campos de cultivo, como con la introducción de sus especies domésticas.