El autor de la letra del villancico ‘Noche de paz’ no ganó ni para su entierro
Durante décadas se olvidaron del compositor y del creador del texto

Belén instalado en la Plaza Puerta del Mar de Adra.
Para muchos millones de habitantes del inundo se ha convertido esta pequeña canción navideña en la encarnación de la festividad y espiritualidad; se trata de la canción navideña ‘Noche de paz noche de amor’ en alemán ‘Etiile Nacht, Helige Nacht’. En 1914 y en plena Primera Guerra Mundial del 24 de diciembre, se produjo un milagro navideño: la Tregua de Navidad. Mientras alemanes y británicos intercambiaban disparos, un grupo de soldados decidió detener la guerra de manera espontánea debido a las vísperas de Navidad y empezaron a entonar el clásico villancico "Noche de Paz".
Como respuesta, las tropas británicas se unieron y comenzaron a entonar villancicos en inglés, lo que permitió detener la guerra por algunos momentos. Cantar villancicos, intercambiar saludos y conversar, no fue lo único que habrían hecho los soldados. También disputaron un partido de fútbol.
Nadie puede decir hoy día con exactitud a cuántos idiomas y dialectos ha sido traducida su letra. Pero casi todos los cristianos del mundo la cantan con entusiasmo y fervor. Existen numerosas leyendas en torno a su nacimiento. Se han escrito libros sobre el origen de esta canción, se han publicado obras dramáticas y han salido al mercado numerosos discos.
En la tarde silenciosa del 23 de diciembre de 1818 el coadjutor de Oberndorf, un pequeño pueblo austriaco, no lejos de Salzburgo, se dirigía pensativo a otro pueblo cercano, Arnsdorf, para ver a un amigo suyo, maestro de escuela y organista Las temperaturas en invierno son frecuentemente más altas en los declives montañosos que en el fondo de los valles . Por eso se ven en Austria tantos pueblos y caseríos en las laderas de las montañas, destacando las agujas de las iglesias y entre ellas las nubes bajas.
Aquella tarde de 1818, Austria y toda la Tierra, se preparaba para la Fiesta de Navidad. El Imperio, Austro-Húngaro con cincuenta millones de habitantes en el siglo XVIII, habla empezado su declive con las derrotas ante Napoleón en cuatro ocasiones consecutivas, pero aquel año reinaba la paz en toda Austria, y en toda Europa, una vez terminada la epopeya napoleónica, y de esta paz se disfrutaba también con alegría en las casas de Oberndorf, el viejo pueblo a orillas del río Salzach. La gente se preparaba para la tradicional ‘misa del gallo’ en la pequeña iglesia de San Nicolás.
Seis grados bajo cero. Los caballos hundían sus cascos en la nieve arrastrando el coche donde iba pensativo Joseph Morh, el joven sacerdote de Oberndorf. Ese año, la misa no tendría el brillo de otros porque el viejo órgano no estaba ya en condiciones de sonar melodiosamente, y por lo tanto había decidido, con pena, que el servicio religioso fuera sin música. Sin embargo, había encontrado una solución. Llevaba una poesía escrita en 1816, para que su amigo Gruber, el maestro y organista de Arnsdorf, le pusiera música, cosa que hizo aquella misma noche.
Lo que no podían imaginar ni Morh ni Gober era que aquel villancico, ‘Stille nacht’ ( Noche de paz) iba a ser cantado por media humanidad en todos los idiomas, y a ser tan conocido, o mucho más tal vez que el propio Emperador , Francisco I y su primer ministro, el príncipe de Metternich, señores de Austria-Hungría y dominadores de la situación europea de aquellos momentos. La música que compuso Gruber, a las pocas horas de que su joven amigo sacerdote le entregase el texto, era una canción navideña totalmente nueva, inspirada, sencilla para un coro y dos voces.
Como instrumento de acompañamiento puesto que el órgano no funcionaba, se eligió la guitarra, una grande y vieja guitarra, que hoy se encuentra en el Museo Municipal de Hallein, y que tocó el propio Mohr en aquella ‘misa del gallo’. No se sabe con exactitud si el villancico fue cantado en aquel humilde estreno, durante o al final de la misa del 24 de diciembre de 1818. Pero sí es seguro que aquellas palabras alemanas, a pocos metros de la nieve, sonaron en la pequeña iglesia de San Nicolás y en el corazón de aquella gente con una intensa emoción. Seguramente nadie pensó en la posibilidad de que aquella canción, junto a los nombres de Joseph Mohr y Franz Xaver Gruber, llegaría a alcanzar la inmortalidad.
Sin embargo aquel hermoso villancico se hubiera perdido en el olvido si durante la primavera del año siguiente no hubiera llegado a Oberndorf el constructor de órganos Carlos Mauracher, que había llegado del Tirol para reparar el viejo órgano de la iglesia. Y fue él, al conocer la partitura y el texto de la canción y quedar encantado, quién se la llevó a su patria chica tirolesa, donde gustó tanto que fue extendiéndose por toda Alemania.
En esta difusión colaboraron mucho los hermanos Strasser, amigos del organista, Mauracher, quienes tenían una fábrica de guantes y hacían muchos viajes por todos los mercados y ferias comerciales de Alemania. Trece años más tarde la cantaron ante una población católica de Leipzig, y desde aquí, este villancico emprendió su largo y glorioso camino a través del mundo como ‘canción popular tirolesa’. Cristianos de todo el mundo la adoptaron como canción para la Navidad.
Pero la posteridad, probablemente, tampoco hubiera llegado a saber nada más de sus autores, Mohr y Gruber, si treinta y seis años más tarde, en el año 1854, un miembro de la Capilla Real Áulica de Berlín, no se hubiese preguntado sobre el origen de la canción, y abriendo una investigación al respecto, no hubiese solicitado información al convento benedictino de San Pedro, en Salzburgo.
El 30 de diciembre de aquel año de 1854, después de su estreno en aquella fría y humilde noche de Navidad, Franz Gruber, que entonces era organista de la parroquia de Hallein, envió, a instancias de los benedictinos, una carta a Berlín con la historia fidedigna de la canción, acompañada de unas breves biografías del autor y del compositor. Sin embargo, tan sólo a finales del siglo XIX cesaron las dudas sobre los creadores, debido a las numerosas leyendas cantándose en todas las partes del mundo y en todos los Idiomas.
Por aquella carta sabemos que Joseph Mohr, de familia modesta, nacido en Salzburgo, costeó sus estudios e internado en el famoso Colegio de Kremsmünster en la Alta Austria, con su propio trabajo en los Servicios de Música del Colegio. Que, tras prepararse en el Seminario arzobispal de Salzburgo, se ordenó sacerdote y fue como coadjutor al pueblo de Oberndorf. Sabemos que tenía veintiséis años aquella noche en que compuso el villancico, y que murió a los 56 años en Salzburgo, respetado y querido, pero tan pobre que la ciudad tuvo que hacerse cargo de los gastos de su entierro.
También por aquella carta sabemos que Franz Gruber vivió humildemente en la familia de un pobre tejedor de lienzos. Tan temprano se le despertó el amor a la música que un día, sin conocimiento del padre, recibía lecciones de violín. poco después de saber las primeras letras . Pese a la oposición del padre, quien necesitaba que su hijo aprendiera un oficio mejor remunerado, Franz ayudaba al órgano y lo hacía tan bien que el padre tuvo que ceder ante tanta vocación y probadas dotes musicales.
De todas formas, Franz Gruber se hizo maestro, y como maestro llegó al pueblo de Arnsdorf, encargándose de los servicios de órganos de la iglesia de San Nicolás del pueblecillo cercano a Oberndorf. TreInta y un años tenía, Gruber cuando compuso la música, del famoso villancico, y tras veintiún años de estrecha amistad con Mohr, logró dedicarse plenamente a la música, llegando a ser director del coro de la parroquia de Hallein, donde murió a los setenta y seis años.
Tal vez Mohr no haya sido un gran poeta, ni Gruber pueda ser contado entre los grandes maestros de la música. Pero ambos hallaron un idioma fácil de entender para el corazón del pueblo, de donde ellos procedían y con quienes convivieron toda su vida. La humildad de sus vidas, sus pobres espíritus, han regalado al mundo el destello de paz y esperanza de la canción de Navidad más universal.