Martínez Leyva 'sale a hombros' del Círculo Mercantil
Ni el chaparrón ni el terremoto pudieron con 'el mago de Plataforma' que llenó la plaza con Humo en los zapatos

Enrique Martínez Leyva y el periodista Juan Tortosa en la sala noble del Círculo Mercantil.
A uno no lo conocen de verdad hasta que escribe un libro, debió pensar hace tiempo Enrique Martínez Leyva (calle Murcia, 1948; nunca ha explicado por qué cambió la griega por la latina en su apellido materno) cuando se puso manos a la obra a pergeñarlo con su camarada de seminario Juan Tortosa de corregidor; a uno no lo conocen del todo hasta que no se pone en cueros del todo. Y no hay mayor desnudez que el negro sobre blanco. Enrique, el Enrique de siempre, el de la Venta del Viso, el de Plataforma, el vendedor de humo, el de Antena 3, el del palacete amarillo de Martínez Campos, etcétera, etcétera, se desnudó ayer más que Tarzán, para presentar en sociedad el libro que ha bruñido. “Un novelón, léanlo”, dijo con retranca, mientras fuera caía un chaparrón inesperado y estaba aún por llegar un terremoto amistoso.
Él no fue un terremoto en la sala más aristocrática del Círculo, pero casi: estaba allí, sentado en una sillita, como si fuera de anea, enseñando calcetines, junto a su lugarteniente Tortosa, rodeado de su propio retrato, que te miraba aunque cambiaras de lugar, como solo es capaz de hacerlo La Gioconda con sus ojos; estaba allí Enrique, el Enrique que a punto estuvo de ser cura y dar de comulgar, aunque él comulgue con pocas cosas; estaba allí el Enrique huerfanito que lloró un río, como Maná, cuando se fue su madre, después de despedirse de ella en la estación camino del colegio de San Tarsicio en Cuevas del Almanzora; estaba allí, con su zamarra azul eléctrico, con su pañuelo reglamentario, como un sanluís de Primera Comunión, moviendo los puños como si fuera un boxeador peso pluma. Porque Enrique es pequeño pero matón para los negocios, aunque para la vida sea más inofensivo que Bambi tras tomarse un orfidal. Porque él también sabe -o sabía- de boxeo- cuando se metió a organizar veladas. ¿Hay algo que no haya organizado en Almería, Enrique, el hijo de Dolores y de un profesor mercantil de Alhama? Porque Enrique, ayer quedó patente, es Almería, un trozo de Almería, la que va desde los años 60 hasta... cuando él quiera.
Estaban los dos, como he dicho antes, sentados, como esperando el tren, él, que alumbró aquella genialidad de ‘Almería sin salidas’; estaba allí, este Forrest Gump de la publicidad, de la música, de la comunicación, este corredor de fondo por la Andalucía de antes de las autovías, entre las columnas con floridos capitales y los frescos centenarios del Mercantil, mientras lo miraban atónitos, por ejemplo, Paco Balcázar, el anfitrión, o su acrisolado cliente Carlos Briseis o la exsenadora Mar Agüero o el dermatólogo Ramón Fernández Miranda, o el promotor Andrés Montiel, o el aquilatado periodista Miguel Angel Blanco o el acendrado expolítico Martín Soler o el eterno musicólogo Juanma Cidrón; estaba allí -estuvo allí- Enrique, mientras que pudo: con miedo a que le sobraran las palabras, aunque nunca sobran, como el jamón que se despachó al final (hubiera sido divertido un turno de preguntas); estuvo allí, con el espíritu de aquella Dolores que lo parió flotando en el ambiente, con Pedro Manuel de la Cruz, como su álter ego, hablando de los míticos “embarques Leyva’, de su barco Luna de Mar, de esos versos latinoamericanos que lo retratan como la Leica de Siquier: “Enrique es un lunes sin descanso”; estaba allí, dejando solitaria su casona Cala Arena en Aguadulce, en donde de vez en cuando cocina arroz con pulpo para sus amigos y abre botellas de vino decente; estaba allí el decano de los publicistas de Andalucía (empezó a vender con pantalones cortos); pero estaba allí, sobre todo, bajo lámparas versallescas, un hombre enamorado de la radio, enamorado de la vida -“Cómo vas a enamorar a los demás si no te enamoras de lo que haces”- fundador de Antena 3 Radio en Almería cuando aún existía el edificio Trino; estaba allí un hombre al que le dijeron que dejara la radio porque no valía ni un pimiento, que pinchaba a Lou Reed cuando aún nadie lo conocía en Almería, que solo tuvo como padrino en esas aguas procelosas de las ondas al malogrado Juanjo Pérez; estaba allí ese Enrique de 77 años con alma de 30, cuando se inventó aquello de la Plataforma Mundial del Disco, cuando se metió a promotor de espectáculos con actuaciones como las de de Julio Iglesias o Albano; estaba allí, poliédrico como la geoda de Pulpí; estaba allí sin que nadie pudiera pararle. Aunque al final se paró él mismo y se tiró dos horas de reloj firmando ejemplares de su obra, agotando rotuladores, dedicando cariños y afectos como se dedican canciones, ante un público entregado que llenó la plaza, ayer la plaza de Enrique, el hijo de Dolores, la de la Venta de El Viso.
La historia de un hombre montado en una Ducati
“Humo en los zapatos” (Amazon, 2025), más que la biografía de un locutor, empresario y publicista de éxito de Almería, es la historia de un hombre hecho a sí mismo montado en una Ducati desde un cortijo bucólico y pastoril del Poniente preinvernadero a la calle San Leonardo; un hombre que lucha por sus sueños sin más armas que algo parecido a la adarga antigua de don Quijote.