La Voz de Almeria

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Un paseo de 30 siglos por la eterna Villaricos

Antonio Llaguno hace un recorrido por este enclave desde los fenicios hasta la época actual

El autor, el cuevano Antonio Llaguno Rojas.

El autor, el cuevano Antonio Llaguno Rojas.

Manuel León
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Cuando no existían casi adoquines en este trozo del orbe, Villaricos era una de las capitales modernas de esta península vieja. Tiene, por tanto, esta marinera aldea cuevana -o cuevense, como le gusta más a algunos- galones de territorio milenario, donde los veraneantes de ahora son felices los veranos bebiendo horchata en la placita o haciendo digestiones de gallopedro a la plancha en bañador, con el sol de membrillo tostándoles su vientre generoso de ciudad; como los villariquenses de antaño lo eran, probablemente,  bebiendo vino etrusco o mojando pan ácimo en garum de caballa.

Es lo que tiene Villaricos, como muy pocos enclaves almerienses: que de tanta historia acumulada durante 3.000 años, de tantos vestigios hallados bajo su suelo, se desata la imaginación de cómo vivían allí amistosos fenicios con un brazo siempre en el trirreme y después civilizados romanos abriendo calzadas y salas de baños. Villaricos vuelve mañana al Museo Arqueológico, donde hace unos meses brillaron como el metal los vestigios de su antecesora Baria. Y vuelve de la mano de Antonio Llaguno Rojas, a través del volumen ‘Villaricos, 30 siglos de historia’. El narrador de la huella almeriense en la mítica Tombuctú, aparca, por una vez, sus flirteos africanos, sus rutas por los confines legendarios del Níger, para anclarse en esta tierra de antaño y de hogaño, a un tiro de honda de la propia casa del narrador. 

Además de toda la historia antigua  que palpita en sus páginas, estudiada por algunos  autores con diligencia, la obra de Llaguno se aventura en la población y la configuración urbana de Villaricos, en uno de los capítulos más originales del libro. Aparecen como por ensalmo los oficios más arraigados de esta comunidad de marengos, la costumbre de la subasta del pescado en Cala Verde al volver los hombres de la mar con las manos arrugadas, las mujeres con el roete en la cabeza saliendo disparadas a vender el género en las barriadas del interior, esmeradas matronas como la Mamita, Isabel la Rana o la tía Ginesa. 

Se nos relata esa simbiosis entre lugareños y veraneantes, ese compartir vivienda en una época del siglo XX aún llena de penurias, de necesidades y de carestías domésticas. Es solo un aperitivo de esta ambiciosa narración histórica con la que Llaguno nos sorprende.

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