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El cariño del público en Vera superó el compromiso de los toreros

El cariño del público en Vera superó el compromiso de los toreros

Jacinto Castillo
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Algunas corridas de toros no serían nada sin la música. Algunos toreros no tendrían sitio en la fiesta sin el cariño del público. Algunas plazas, como la de Vera, se merecen más compromiso y seriedad por parte de los toreros.



El coso veratense, cada vez más cerca del siglo y medio, debería inspirar a los toreros que disfrutan de todo el cariño del público un mayor compromiso. En la primera de San Cleofás sucedió así. Menos mal que sonaban pasodobles sin descanso.



El mejor Paquirri pudo verse ante su segundo toro, el mejor del encierro. Un ejemplar que sólo adoleció de un punto más de fuerza y firmeza de remos, pero que evidenció casta y nobleza de manera apreciable. Por eso Paquirri lo llevó con elegancia con el capote, absteniéndose de banderillearlo pese a las peticiones del respetable. En el último tercio, el toro transmitió toda su templanza al torero. Noble y claro, Paquirri resolvió los derechazos despacio y gustándose. Por naturales, se limitó a cumplir sin sacar todo el partido del excelente pitón izquierdo de este ejemplar que él mismo había criado en su ganadería.



Francisco Rivera Ordóñez puso banderillas en su primer toro con mejor estilo que después mostró en el manejo de la muleta. El nombre de su padre parece que le influye más que el apellido del abuelo. Como arruinó las pocas fuerzas que sacó el toro de salida, abusando de la suerte de varas, la faena adoleció tanto de emoción en la embestida del toro, como en inspiración por parte de Paquirri.



Fandi parece que ya no quiere ni reeditar su fama de atleta del albero y sólo ante el débil quinto de la tarde corrió de espaldas unos metros para no desmerecer. Al igual que Paquirri, abusó de la puya y cumplió con sus desaliñados pares de banderillas como si estuviera resolviendo un trámite burocrático. Y luego vino lo peor: su falta de compromiso con la muleta que, ya de por sí, no es su fuerte. El cariño que le dispensan los tendidos al granadino pareció comenzar a disiparse. Los sentidos compases de Nerva que interpretó la Banda de Vera parecieron más un antídoto contra el tedio que un premio a la afena.



En su segundo, no mejoró en nada el granadino. Si acaso, cabe destacar dos pares saliendo de los adentros en los que, por lo menos, se asomó a la cara del toro, exigencia ésta que es obligada en la suerte de banderillas, cuando se presume de torería en este tercio.



Fandi hizo extensiva la vulgaridad de su toreo a su actitud en la plaza, cuando se atrevió a reclamar de la banda que siguiera tocando durante su faena, cuando él mismo pareció haberla dado por concluida, azuzando al público contra los músicos. Todo ello, pese a desperdiciar al mejor ejemplar de la tarde, al que quiso torear por la izquierda sin acoplarse en ningún momento.



Diego Ventura afrontó su primer toro con excesivas precauciones, pese a que el toro no saltó a la arena con excesivos bríos. Se cerró estrechamente con él, antes del primer rejón de castigo, para luego dejárselo al auxiliar en tanto cambiaba de montura. El mermado animal, apenas le dio que hacer y el rejoneador portugués se limitó a marcar las suertes sin mayores extremos. En su país natal le habrían pitado de manera ostensible. Toreando a dos pistas evidenció las limitaciones del noble ejemplar de Bohórquez, al que casi tenía que esperar. El esperpento llegó cuando el toro claudicó al querer adornarse Ventura acariciándole la testuz. Pero como luego se fue a saludar al tendido, con el caballo alzado sobre e estribo, la cosa cayó en el olvido.



En su segundo toro, mantuvo su repertorio, “enriqueciéndolo” con pasadas en falso y rectificaciones injustificadas, sin privarse por ello de despertar las aclamaciones de los tendidos con el viejo recurso de arrojar el sombrero y levantar airado los brazos. Si don Antonio Cañero, que fue quien inventó el rejoneo, levantara la cabeza...





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