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Se casaron a los 20 días y su matrimonio duró 60 años: la excepcional historia de amor de Kitty y Domingo

Él era de Almería y ella, estadounidense, pero recorrieron juntos todo el globo terráqueo

Kitty y Domingo Vizcaíno, diez años después de su boda.

Kitty y Domingo Vizcaíno, diez años después de su boda.Elena Ortuño

Elena Ortuño
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Cuando con 30 años Kitty se acercó a Domingo para inmortalizar su paso por El Chico con una cámara fotográfica sesentera, no se imaginaba que conforme se disparaba el flash el curso de su vida se encaminaba por un sendero muy distinto al que había transitado hasta entonces.

Ella era joven, natural de Brooklyn y vecina de Greenwich Village. Vestía un traje de inspiración española, uniforme que tenía que llevar como chica del guardarropa y fotógrafa del cabaret restaurante en el que pasaba las noches a cambio de un salario que le permitiera vivir en la vibrante ciudad de Nueva York. 

Él era un almeriense venido de Venezuela en nombre de los negocios y que acabó en El Chico -el local nocturno en el que ella trabajaba- por alojar este un espectáculo flamenco y por la curiosa casualidad de que el director de orquesta del establecimiento lucía su mismo apellido: Vizcaíno. Fue el propio músico el que, tras la fotografía, llamó a la estadounidense para presentarle a Domingo, a petición de este último.

Un café y tres semanas después, se casaron en una iglesia de Nueva York. Así comenzaba esta historia de amor que perduró 60 años y revolucionó Almería, una ciudad que fue testigo de su intenso vínculo durante décadas.

Una pareja que ha dado la vuelta al globo

"Esta casa la construyó Domingo para nosotros", afirma Kitty con una sonrisa nostálgica. A su alrededor, un cuarto de estar de luz tenue y perfume a café, ébano y cuero. No hay rincón en el hogar almeriense de los Vizcaíno -apellido que adoptó ella tras la boda, dejando atrás el de Newman- que no haga volar la imaginación miles de kilómetros, más allá del océano. Desde un pelícano de madera colgado desde el techo hasta un armario centenario tallado hasta el último de sus centímetros con relieves de figuras africanas, todo su hogar está compuesto por retazos de los viajes que la pareja compartió durante seis décadas.

Kitty y Domingo Vizcaíno en una fotografía del periódico.

Kitty y Domingo Vizcaíno en una fotografía del periódico.Elena Ortuño

Más impresionante aún es la colección que se esconde en una de las habitaciones de la casa; repleta de testimonios de la que fue la pasión del marido de Kitty hasta su fallecimiento: la caza. "Empezó yendo a Córdoba por las monterías y allí alguien habló de África. Hemos estado en Zimbabue, en Zambia, en Sudáfrica... Después nos abrimos a Australia, Nueva Zelanda, Mongolia, Budapest...", enumera. 

"El nuestro era un lazo muy fuerte que nadie pudo romper"Kitty Vizcaíno

"Siempre íbamos juntos, nunca nos separábamos. Solo una vez viajó sin mí", cuenta con un cariño profundamente tangible, para después detallar con rotundidad el vínculo que los unía: "Estuvimos siempre juntos; pero siempre. El nuestro era un lazo muy fuerte que nadie pudo romper".

Cuando Kitty habla de su marido, su voz se tiñe de una palpable admiración. Lo describe como una persona "excepcional", que le ha regalado los momentos más divertidos de su casi centenaria vida. Para ejemplificarlo, su memoria retorna años atrás, a un viaje en Hong Kong: "Nos recibió un señor que, haciéndonos de guía, nos llevó a un mercado. Allí vimos una jaula con algo moviéndose dentro. Ante nuestras caras curiosas, el hombre nos dijo: 'Son culebras de un restaurante. ¿Lo queréis probar? A Domingo no se le podía hacer esas preguntas. Yo enseguida me negué, pero él sí la probó. Él era así".

Fue precisamente en uno de sus viajes, en Dinamarca, cuando Kitty descubrió el punto de cruz, una artesanía que se convertiría en una de sus pasiones. Como evidencia, una gran pared en su hogar, que, a modo de horror vacui, se alza decorada con todos sus diseños enmarcados en madera y dorado: "Yo siempre estaba terminando uno. Cada vez que nacía un niño, que alguien se casaba, que había una comunión... Pero cuando murió Domingo lo dejé, y no lo he vuelto a retomar", reconoce: "La vida es una sucesión de etapas y aquella ya se cerró".

Kitty Vizcaíno posa a sus 93 años frente a su colección de punto de cruz, todo elaboración propia.

Kitty Vizcaíno posa a sus 93 años frente a su colección de punto de cruz, todo elaboración propia.Elena Ortuño

Almería: un nuevo destino que se convirtió en hogar

"Vivimos en Nueva York siete años y después nos vinimos aquí, a Almería, con la idea de comprar una finca de naranjos. Esa era la concepción que se tenía de España desde América", ríe la neoyorquina, que reconoce que la realidad fue muy distinta a la idea original.

"Él se acabó convirtiendo en constructor y yo empecé a trabajar en las películas, durante la era dorada del cine en la provincia. Me llamaron como traductora, pero lo cierto era que yo solo sabía inglés, ni una pizca de español. Como era dinero, acepté el puesto y luego me las arreglé", admite con un brillo de ingenio en su mirada de ojos azules. 

En los años 60, Torremolinos se convirtió en un símbolo de libertad y modernidad en España, un destino turístico de renombre internacional que atrajo a una mezcla diversa de personas.

En los años 60, Torremolinos se convirtió en un símbolo de libertad y modernidad en España, un destino turístico de renombre internacional que atrajo a una mezcla diversa de personas.Archivo Fotográfico de la Dirección General de Turismo

"Yo nunca le decía que no a él y él nunca me lo decía a mí. Estábamos en sintonía: él con su caza y yo... yo solo quería libros. Leía -y sigo leyendo- dos o tres historias a la semana", reconoce Kitty desde el sofá de un cuarto con grandes y pesadas novelas repartidas a lo largo y ancho del salón. 

Cuando Kitty llegó a España, al franquismo aún daba sus últimos coletazos. En un país que había vivido durante muchos años encerrado en sí mismo, para una mujer extranjera como ella encontrar libros en inglés era casi misión imposible. Pero su compañero era una persona resolutiva: "En cuanto Domingo veía que ya se me habían acabado las lecturas, cogía el coche y me llevaba a Torremolinos, a una librería de segunda mano".

Aquel rincón de la costa, tan frecuentado por guiris y hippies, se convirtió entonces en un pequeño refugio lector donde podía saciar su hambre literaria. Hoy, muchas décadas después, un libro electrónico descansa sobre una de las mesitas del salón. Porque, a  sus 93 años, Kitty sigue conectada con el mundo, utiliza el móvil, ve películas en Netflix y compra libros por internet: "Es una maravilla, ya no tengo el problema de encontrar títulos en inglés".

"El centro de todo": La Habana

Durante la segunda mitad del siglo XX, Almería era una ciudad relativamente pequeña, tranquila, en la que todo el mundo se conocía. Cuando Kitty supo que Domingo era de allí, su curiosidad no tardó en despertarse. No lo dudó: echó mano de un diccionario que tenía en su casa y buscó el nombre de aquel lugar que sonaba tan lejano: "Decía: una ciudad en el sureste de España que en su día fue la más rica del Mediterráneo". Aquel fue su primer encuentro con Almería: palabras plasmadas con tinta en un libro anglosajón.

Kitty y Domingo vivían en Ciudad Jardín. En aquel entonces el barrio olía a mar y a polen. Pero para ella, el verdadero corazón de Almería latía en otro lugar: "La Habana era el centro de todo", asegura. En esa cafetería que hoy tiene más de medio siglo de vida tenía lugar su pequeño ritual cotidiano. Desde que llegasen, no faltaba ni un día a su cita de las siete de la tarde, en la que participaban un café y una buena conversación entre ambos.

La fachada de ese galeón colonial que es la Habana Playa, un lugar de culto durante años en El Zapillo.

La fachada de ese galeón colonial que es la Habana Playa, un lugar de culto durante años en El Zapillo.

Fue en La Habana donde vivió su primer destello de la forma de ser almeriense, esa mezcla de discreción y generosidad que tanto la marcó: "La primera vez que visité la cafetería yo iba con mi cuñada. Al ir a pagar, el camarero nos dijo: 'no, ese señor ya ha pagado', y señaló a un hombre sentado en la barra. Esa era la costumbre: conocías a alguien, te veía enfrascada en una conversación y no te decía nada, pero luego pagaba. Era una forma silenciosa de saludar", rememora la anciana.

Con el paso del tiempo, La Habana ha dejado de ser un lugar donde compartía cafés con Domingo para convertirse en algo más: un refugio diario donde ha tejido una nueva red de amistades. Tras la muerte de su compañero, Kitty ha encontrado allí una segunda familia, un club de amigas con las que se reúne todas las mañanas. 

Fue precisamente en esa cafetería donde conoció también a María Jesús, una mujer "brillante" con la que enseguida sintió una conexión especial: "La vi leyendo un libro que se llama Noche. Le dije que ese autor, además de premio Nobel, era primo mío". Aquel gesto casual marcó el inicio de una amistad que ha llenado de complicidad la vida de la viuda, como un nuevo capítulo que empieza cuando parecía que el libro ya estaba a punto de terminar.

Hoy, con la serenidad de una vida vivida, Kitty se considera una mujer afortunada. Ha cruzado océanos, ha conocido mundos que algunos solo llegan a entrever a través de los libros y, sobre todo, ha compartido su viaje con Domingo, "un hombre extraordinario que hacía la vida extraordinaria". 

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