La Voz de Almeria

Opinión

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Los cafres que la otra noche silbaron en el estadio del Barcelona CF el Himno de España en los prolegómenos de la Final de la Copa del Rey no actuaron llevados de una justa indignación, ni tratando de reivindicar su irreductible sentimiento nacional. No solemnicemos la cerrilidad y no interpretemos como pulsión patriótica lo que no fue más que una nueva demostración de zafiedad con arreglo orquestal.


Diferente interpretación habría que hacer si, en lugar de una pitada, se hubiera producido una interpretación simultánea de Els Segadors, por ejemplo. Pero allí nadie defendió lo suyo sino que abroncó lo considerado ajeno. Y la cencerrada retrató perfectamente las carencias argumentales de todo este pretendido movimiento de “liberación nacional”. Ni letra, ni música, ni historia, ni patria: festival de berridos. Ese es el nivel del chifle independentista. Cuando en “Casablanca” los militares nazis que están en el Café de Rick se reúnen en torno al piano a cantar “Die Wacht am Rhein”, un himno alemán anterior a la II Guerra Mundial, no son respondidos por el público del local (repleto de exiliados, perseguidos, desplazados y amenazados por los nazis) con un enojado abucheo colectivo, ni con silbidos, ni con tumultos, sino con una emocionada interpretación de La Marsellesa. Si la parroquia del cabaret más famoso de Casablanca se hubiera limitado a hacer el cabestro, los nazis habrían ganado la secuencia y quién sabe qué más. Por eso digo que no hubo grandeza, ni vigor, ni dimensión nacional en el Camp Nou. Sólo mala educación y ruido, quizás porque en el fondo todo este monumental negocio de la independencia tiene más de estruendo que de reflexión. Y una consideración final: la defensa de la normalidad no puede acabar dando carta de naturaleza cotidiana a la anormalidad. Se ha perdido una magnífica oportunidad de cumplir y hacer cumplir la ley.


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