La Voz de Almeria

Opinión

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Todo esto no es más que rock and roll frente a una caravana de autos que se amontonan en las calles mientras deciden los relojes, y el aire y el humo se enredan, y los niños ponen su acento de sal. Elvis limpia la gamuza azul de sus zapatos y las chicas ardorosas gritan hasta que se les agota la adolescencia. Solo vale mover las piernas hasta desfallecer, pero no vayas a hacer el ridículo con una contorsión porque puedes caer en la pista de baile y el maravilloso público no contendrá la carcajada.


En la televisión despiezan a estas horas las transparencias de la política, saliendo y entrando de sus casas alfombradas, con policías que les alargan la mano en la nuca al subirles en el coche plateado, con sus trajes cortados en Milán, pero con la cabeza siempre puesta en el yate de cien mil euros el depósito. Sostienen el gin tonic en su rock de champán y fresas, de almohadones blancos en terrazas zen y madrugadas de verano colocando rosas rojas en escotes de rubias desarrolladas que cruzan las piernas de manera exquisita.


El rock and roll está en todo, como las matemáticas, como la providencia para los creyentes. Se encuentra en el león que come gambas, aunque el chico avezado de la cocina tendría que haber sido un transgresor de verdad: la gamba debía comerse al león y a una manada de bisontes y el jurado al menos se hubiera reído antes de engullir una cucharada con los pelos del crustáceo y echar al aprendiz. Chaval, esto es televisión, puro invento en el que hay daños colaterales que no pueden jugar a creativos. Quedas expulsado.


En una ocasión fueron noticia los perros, que mordían burocráticamente cada mañana a la hora del desayuno, hasta que se cansaron. El furor de sus hocicos les duró una semana. Luego nos movilizaron con el Ébola: todos nos íbamos al carajo. Mañana qué será. El rock and roll sostiene esta historia, porque de otro modo la mentira adquiriría el matiz de la verdad, de la que huimos con perseverancia. Bailemos bajo este ruido ensordecedor, en donde nada es lo que parece y lo esencial es invisible a los ojos, decía El Principito. Bailemos sobre las moquetas del hotel mientras recitamos a Gil de Biedma, que fue el poeta más rockero en aquellos años de purísima y oro, cuando no existía el selfie, el running, el idioting. Pero no olvides que hay un público hambriento de caídas, aunque a estas alturas de la película eso no debería importar.


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