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Opinión

El seguro azar de Leticia Sabater

El seguro azar de Leticia Sabater

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Creo que fue el poeta Pedro Salinas quien puso en circulación literaria, al menos entre letraheridos, aquello  del seguro azar.  Se sospecha  que tratándose de amor las cosas pueden ocurrir de manera misteriosa pero siempre  de forma lógica en la medida en que  estamos atraídos por fuerzas telúricas ignoradas.


Me recuerda esta doctrina  el caso reciente de Leticia Sabater de quien dicen los periódicos que intentó engañar a nuestro presidente  de la Diputación por el antojo muy femenino  de obtener contratos en la movida veraniega.


La ladina estrategia de la proposición, más cerca del dinero que del amor, es como sigue:  Primero la presentadora hace creer que ha obtenido el teléfono en  Génova; luego sugiere que Mariano Rajoy lo sabe y está encantado, y finalmente, para mayor fuerza persuasiva,  añade que  ella misma  es una artista del PP, una de la casa, vamos.


Leticia Sabater comete un error de bulto y es que el correo electrónico no llega  en realidad a las manos de Amat sino a las del presidente de la Diputación de Jaén, Francisco Reyes. Parece lo mismo pero no es lo mismo porque Reyes  es socialista. Cuando los casos de corrupción transitan por sus canales  habituales, no pasa nada, ahora bien ¿qué ocurre cuando no es así? Se arma la marimorena del seguro azar.  Carlos Floriano insiste en que  le están montando  a  su partido una causa general de manera injusta. Lo mismo repite Mario Jiménez, vicesecretario general del PSOE de Andalucía, desde  el otro lado respecto a los ERES andaluces.  


Pues bien, sería bueno que alguna vez se cruzaran las  argumentaciones para darnos cuenta de las sinuosidades  tartufescas  que emplea la corrupción con el objeto de llevarse el gato al agua.


Y lo que nadie duda, después de esta  pifia  del correo, es de que es que hace falta halagar al poder al margen de lo que está establecido. Que Mariano Rajoy lo haya negado y que sea un embuste lo del teléfono obtenido en la calle Génova, no cambia demasiado la moralidad del asunto. Miente que algo queda. No me extraña que la gente se incline a pensar que sin validos en la corte no hay nada que hacer.


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