La Voz de Almeria

Opinión

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Algo debemos estar haciendo mal cuando el Congreso tiene que dedicar una sesión plenaria a debatir si se deben castigar o no las ofensas a la Bandera y al Himno en los acontecimientos deportivos. Por eso, ver a los parlamentarios españoles debatiendo sobre algo que debería estar fuera de toda cuestión por puro sentido común, por educación, por civilización y por respeto, refleja que vivimos en un país aquejado de severos padecimientos. Hace unas horas veíamos y escuchábamos la interpretación de nuestro himno en París tras una nueva exhibición del extraordinario tenista Rafa Nadal. La bandera del ganador al viento, el himno en todo lo alto y todo el mundo de pie y en silencio. Naturalmente, nadie hizo el primate prorrumpiendo en gañidos o ciscándose en nuestra bandera, tal como ocurre últimamente en nuestro propio país con alarmante frecuencia. Los franceses (especialmente algunos guionistas televisivos) podrán ser todo lo que ustedes quieran, pero en materia de respeto institucional no se andan con bromas: el que hace el gañán cuando suena la Marsellesa acaba teniendo un problema. Pero nosotros somos españoles, claro, y aquí el que muestra respeto, afecto o identificación con nuestros símbolos es un facha merecedor de cordones sanitarios. Pero de algún modo habrá que poner pie en pared con toda esta panda de acomplejados catetos que no saben salir del cliché casposo de una España rancia y siniestra que no existe más que en su psicodrama particular. Y es que si no nos respetamos nosotros mismos, vaya usted pedir luego que nos respeten en los parqués, en las bolsas y en los fondos monetarios internacionales.







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