La Voz de Almeria

Opinión

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La exageración es una mentira disfrazada que, cuando se aplica al periodismo, puede acabar provocando los efectos contrarios al objetivo inicialmente previsto. Supongo que todos ustedes recordarán el despliegue de pirotecnias editoriales y fanfarrias tipográficas derramadas en la prensa almeriense con motivo del advenimiento del socialista Martín Soler como consejero de la Junta de Andalucía. Tener los pies de un almeriense pisando los umbrales marmóreos de los palacios habitados por el juntandalucismo rampante era, ahí están las hemerotecas, el anuncio más relevante en la historia de la humanidad, en severa competencia con el anuncio que un ángel del Señor hiciera a una tal María. Por obra y gracia de los medios habíamos concebido a un Heraldo luminoso cuya palabra bastaba para sanar algunas cuentas de resultados en el sector agrícola. Cambió el Benefactor de cartera, pero se siguió bruñendo el florilegio: lo mejor del mundo ya no era tener a un consejero almeriense en Agricultura, sino en Innovación. O en lo que fuera, qué más daba eso. Tener a un almeriense a la vera del Gran Poder Sevillano era no ya tener el cielo abierto, sino abonarse a la Aurora Boreal del Extasis. Ahí quedan, para la historia universal del ditirambo y el encomio, las adjetivaciones y los espasmos del pasado. Pero ahora que no tenemos, ni de lejos, a un consejero almeriense en el nuevo gobierno andaluz, la pura lógica nos empuja a pensar que si tener colocado en Sevilla a un consejero oriundo era la ocasión más alta que jamás vieron los siglos ¿qué supone ahora no tenerlo? Pues seamos realistas: nada de nada. Vamos, igual que si lo tuviéramos.

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