Jubilado, libre y recortado
Jubilado, libre y recortado
Un día lejano de luz nítida y hermosa dejé las cadenas que aprisionaban fuertemente mis libertades de hombre. Me había identificado de tal manera con la prisión que, cuando se me condonó la deuda de vivir entre barrotes, lloré con amargura la pérdida de un hogar donde me enseñaron casi todos los secretos de la existencia. Perdía la escuela y adquiría un nuevo amanecer, pero ya era tarde. No, desde la fecha en que me jubilé quise gozar de mis legítimas libertades y al iniciar las mismas me consideré un fracasado. Cierto es que expreso mis ideas y opiniones con la claridad y libertad que me confiere la Ley, procurando no perder la elegancia que aún queda y huyendo siempre de los prejuicios sociales que tanto daño me hicieron a lo largo de toda la vida.
Quiero olvidar las injustas y vejatorias situaciones en el aspecto laboral y en el social. Estar sometido a un régimen dictatorial -el sonido de mis risas sin ganas todavía hieren los tímpanos de mis oídos- acatar, sin tener derecho a la defensa, todo tipo de mandatos, la mayoría de los cuales eran de tipo injusto.
Sentía la impaciencia de batirme en el campo de las libertades para vencer a ese enemigo cruel que abusa del hombre y al que llamaban dinero y poder –ahora lo llaman mercados- al que representan gentes malditas. No sé quién dijo: “Espacio falta a mi canto para maldecir su nombre“ Vivo sin nostalgias, no estoy de acuerdo con aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor“ pero tampoco me inclino por lo de “libertad, ¿para qué?” aunque entre los recortes económicos y de otra índole –léase ente público-, las limitaciones propias de mi calendario -al que no le quedan demasiadas hojas- van quedando cada vez menos ámbitos en los que ejercerla.