Andalucía, la despreciada
Andalucía, la despreciada
El incesante goteo de descalificaciones frente Andalucía y los andaluces, terminó el día después de las elecciones autonómicas del pasado domingo, convertido en un aguacero. Pasar de la mofa por el acento y el uso del tópico burdo de nuestra “proverbial gandulería” a las descalificaciones rabiosas, las injurias cargadas de vileza y toda la batería de petardeo canalla que le acompaña, es un salto cualitativo inquietante. La jauría de despreciadores que salió en tromba, enaltecida, sedienta de venganza y sangre durante la noche del domingo y el lunes, puso a nuestra tierra en la diana de su obstinación y empeño por la denigración. Estos guerreros de la difamación y profesionales del infundio, a los que gustosamente ceden sus micrófonos cadenas y espacios informativos, deberían de preocuparse sobre las consecuencias que la gimnasia del insulto, provoca no a quien va dirigida, sino a quien la práctica. Pues la excesiva concentración de esa bilis venenosa con la que propulsa sus dardos, genera una lesión cerebral incurable, que atrofia un sentido democrático básico para el manual de convivencia social; el respeto a las decisiones del pueblo soberano. Admitiendo que desde la libertad y por reconocimiento a la concurrencia de opiniones plurales, inspiradas por cualquier ideología o grupo de intereses, alguien pueda llegar afirmar que el pueblo andaluz se ha equivocado a la hora de depositar su voto en las urnas o mejor dicho; algunos al parecer han errado y otros según el color de su voto han acertado. No deja de antojarse como un ejercicio simplista o una anécdota sonrojante más, sobre la que retratar a estos personajes que deambulan entre las ondas, cargados no de sus razones, como debería de procurar un analista con un mínimo de rigor intelectual, sino de prejuicios y odios atávicos, la humillación facilona y grosera, las expresiones bastardas y la incitación a la confrontación. A los andaluces nos desagrada por inmerecida, traicionera y revanchista, pero si de algo ha servido tener entre las heridas de nuestra historia, un largo memorial de agravios y abandonos, desidias institucionales... sobre la que no reclamamos venganza y apenas restitución, es que nos hemos apropiado por derecho propio de una sabiduría que otros pueblos más beneficiados carecen. Esta inteligencia colectiva, pero casi oculta genera una disposición estoica -que no conviene confundir con resignación o pasividad- cuando llegan las voces de la banda de asaltadores y vapuleadores de nuestra identidad y nos complace más mirarlos en su ridiculez vergonzante, que enojarnos para su complacencia y darle un gusto que no han ganado ni merecen. El intento pernicioso de degradación hacia un sector del pueblo andaluz, al que hasta incluso se ha llegado tachar de deficientes mentales, vividores del subsidio y patriotas del fraude, tiene como suele suceder con estas maniobras el efecto contrario al deseado, pues aglutina un malestar latente pero aletargado, incita al nacimiento de un orgullo territorial del que no somos usuarios, pero que debemos reivindicar sí la situación lo precisa. Y de toda esta lacra de improperios, atribulados y obscenos, prefiero quedarme con la frustración por el genero humano, que con la dolencia por el honor de nuestra tierra y mi gente, más libre, más gloriosa y más amada cada día.