El momento concreto de hacer algo
Los viejos griegos, que son en buena medida los responsables del armazón ético de nuestra sociedad, definían a las personas educadas como aquellas que manejan bien las circunstancias que enfrentan día a día, que poseen el juicio que es preciso en ocasiones especiales y que rara vez pierden el curso oportuno de la acción. En ese sentido, poca explicación más cabe para definir a quien durante muchos años fuera mi vecino de página, Kayros, que supo extraer del discurso clásico la fórmula para cambiarse el nombre de Antonio Fernández Gil por una apelación universal que intuyo como indescifrable para los censores de movimientos prohibidos en la prensa de cuando antes. El Kayrós, acentuado en la o, era para los sofistas ese concepto intraducible que expresaba el momento concreto de hacer algo. Y aunque uno no elige el momento de poner proa al horizonte de lo infinito, quiero imaginar en la despedida de Antonio esa indiferencia con la que Machado hablaba de la muerte, que hace que al llegar dejemos de ser y que por tanto no nos afecte, del mismo modo que no nos puede afectar mientras estamos vivos y, por tanto, somos. Y aunque él ya no sea por más tiempo, es evidente que siempre será una referencia necesaria en la historia de la prensa almeriense, que reconocerá en él su rara pulcritud expresiva, su medida contención de las formas y la certera precisión que confiere siempre la sencillez. Una firma que enriquecía el periódico cada mañana y que nos hacía a los demás un poco peores en la comparación diaria. Pocas veces coincidíamos en algo, salvo en el hecho de publicar columna enfrentada en LA VOZ DE ALMERIA, pero siempre me gustó que, sin haberlo previsto, ambos coincidiéramos en el tema aportando enfoques diferentes. Echaré de menos esa respetuosa discrepancia y trataré de hacerme a la idea, como decía el mejor columnista español de todos los tiempos, César González Ruano, de que la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir. Adiós, Antonio. Hasta siempre, Kayros.