La Voz de Almeria

Opinión

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Esto que tengo en la mano es una piedra que arrojo sin esconderla.  Y es que yo era de los que se quejaban, hace años, de la escasez de turistas en Almería y del escaso eco que nuestra magnífica oferta tenía en todos los circuitos nacionales e internacionales (les hablo de cuando los turistas descubrían Almería entre agotados y deslumbrados, casi como cuando Charlton Heston se encontraba con las ruinas de la Estatua de la Libertad en una cala perdida) sin que ello me haya impedido volver a quejarme, años después, por los peligros que supone el exceso de turistas a la hora de malograrnos el paisaje y encarecer la cerveza. Antes nadie iba a la playa de Los Muertos. Ahora nadie puede aparcar allí sin levantarse al amanecer. 
Bendita publicidad. Almería es al espíritu de la Gata Flora lo que Roma al Concilio Vaticano: no se entiende una cosa sin la otra. Y es que nada nos identifica más a los almerienses que llorar por una cosa y por su contraria. Lo digo porque leo que cada vez son más los almerienses que lamentan la colmatación de visitantes en entornos naturales de la provincia y los fastidios que acarrea. La opinión pública es soberana y guárdese usted de ir contra la marabunta, porque le puede explotar tuiter en la mano. No parece, eso sí, que la cosa vaya a pasar de la queja melancólica que no va a ningún otro lado que no sean las redes sociales y tampoco parece probable la formación de somatenes antituristas. Entre el pecado y la penitencia, nos vemos ahora en una situación que no tiene marcha atrás, sino todo lo contrario. Y hay que prepararse para lo que está por venir, que es más turismo, y buscar fórmulas que potencien la calidad. Tiremos de manual: turismo de calidad y turismo sostenible. Sólo así será posible hacer compatible el recurso económico con el mantenimiento de una calidad de vida que es marca de la casa… y atractivo turístico.


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