Julia Ortega Fernández
Tu sonrisa ilumina nuestro recuerdo
Familia Torregrosa Carmona

Hay personas que, aun sin proponérselo, moldean nuestra biografía, habitan nuestros recuerdos y acaban colándose en nuestras almas. Nuestra vecina Julia es una de esas personas. Julia era de Albox y vivía en el barrio de La Loma, en la calle Ancha. Genio y figura. Acaba de marcharse con la misma discreción y elegancia con la que siempre vivió. Ni una queja, ni un mal gesto, ni un momento de desaliento. Nada de eso le conocimos. Y debió de tenerlos. Porque no debió de ser fácil quedarse viuda con tres hijos pequeños en aquellos tiempos sombríos en los que las mujeres luchadoras como ella tuvieron que emplear todo su coraje en espantar nubarrones, buscando incansables un rayo de sol bajo el que cobijar a los suyos. Pero lo consiguió. Porque ella, valiente y generosa como su hermana Maria Isabel, como su vecina Ana María ‘La Viuda’, salió adelante con la dignidad que distingue a las personas de bien. Y lo hizo regalándonos alegría. Y es que nuestra vecina Julia no sabía hablar sin reír. Se reía cuando explicaba a su manera el argumento de una de esas películas que tanto le gustaba ver en la tele, o cuando comentaba cualquier nimiedad del día a día. Reía mientras hablaba. Y sigue haciéndolo. Porque su hija Encarna tampoco sabe hablar sin desprender naturalidad y buenas vibraciones. Quienes la conocimos somos afortunados herederos de su risa, su cercanía, su saber estar ahí diciendo siempre que estaba para lo que fuese necesario sin necesidad de tener que decirlo nunca. Quienes no la conocieron deben saber que también a ellos les deja un legado: sus tres hijos. Hijos absolutamente excepcionales. Excepcional es Ángel, que siempre ha vivido con su madre, porque su madre era y será su vida. Excepcional es Encarna, que le devolvió a la que la parió toda la gratitud debida. Entre otras muchas cosas, con un yerno bueno y dos nietas preciosas. Y excepcional es Juan Antonio, que nunca, ni un solo día a lo largo de muchos años, ha dejado de recorrer decenas de kilómetros dos días a la semana, a veces tres, para ir a ver a su madre y pasearla por todos los lugares a los que nunca ella había tenido la oportunidad de ir porque estaba ocupada en despejar nubarrones para que el cielo brillara azul y limpio para los suyos. Tus hijos son tu legado, Julia. El amor que les diste y la grandeza con la que te lo devolvieron, nuestro ejemplo. Ellos y los recuerdos que nos dejas nos permiten tenerte presente. No hubo tiempo para despedidas. Quizás es mejor así. No hay modo de despedirse cuando alguien de la familia se va. Y tú, Julia, has sido siempre parte de nuestra familia. Nos comprometemos a mantener tu memoria con el mejor recuerdo que nos dejas, una sonrisa.