Cuando el amor asfixia

María del Mar Giménez
07:00 • 03 jun. 2021

De todas nuestras emociones, el amor, es el sentimiento más humano, complejo y difícil de entender. De ahí que haya sido objeto de interés por filósofos, artistas y científicos a lo largo de la historia humana. Existen muchas definiciones sobre el amor, pero a mí me gusta mucho la de Joseph Zinker: “El amor es la alegría que me da la sola existencia de la persona amada”, es decir, amar al otro tal y como es y sin condiciones. 



Si lo focalizamos en las relaciones de pareja, sabemos que al inicio nos enamoramos y nos sentimos como flotando. Nuestro corazón late más fuerte, todo nuestro sistema se ve alterado, estamos felices y difícilmente podemos dejar de pensar en el otro. En esta etapa ni siquiera nos planteamos si esa persona reúne aquellos valores y características que deseamos en nuestra pareja, incluso idealizamos todo aquello que nos gusta y minimizamos aquello que no. Pasado un tiempo, bajamos de esa nube para poner los pies en la tierra y es cuando descubrimos que nuestra relación no es tan idílica como pensábamos ni el otro es tan perfecto como creíamos. Es el momento de replantearse si esa persona puede convertirse en mi compañero de vida y si ese enamoramiento pasa a un nivel más profundo de amor basado en la confianza, la amistad, el respeto, la atracción y la aceptación. Si la relación no cuenta con estos ingredientes, si el otro no se ajusta a lo que yo quiero para mí, difícilmente tendrá futuro. ¿Pero tenemos claro que queremos de una relación o si esa persona cumple con lo que necesitamos? La respuesta suele ser que no. Un factor a tener en cuenta es la autoestima. Si yo no me valoro ni me quiero como merezco, difícilmente seré consciente de que la persona que tengo a mi lado no es adecuada para mí. En algunas personas es tan baja su autoestima que el temor a no ser amadas o estar solas es tan grande que están dispuestas a todo con tal de tener pareja, aunque esto suponga ir en contra de sus valores, necesidades y personalidad. Si a esto le sumamos que ha sufrido carencias afectivas en la infancia, el resultado es una persona que se siente sola y vacía, y que buscará desesperadamente afecto y reconocimiento a cada paso que dé. Todo esto nos puede llevar a generar relaciones de dependencia



La Dependencia Emocional es una adicción al ser amado. Cuando uno pasa por esto, genera una necesidad desmesurada hacia el otro, renunciando así a su libertad y empezando un camino de lo más turbulento y desagradable, en que, por cada minuto de falsa felicidad, derramamos litros y litros de lágrimas. Algunos de los síntomas son, por ejemplo, necesitar siempre al otro, exigirle más muestras afecto y amor, deseo que en todo momento este conmigo y yo ser su prioridad siempre, sentir pánico a que me abandone, dejar de ser yo mismo para complacer al otro, la relación nos genera ansiedad e inquietud, rupturas y reconciliaciones reiteradas, no hay una aceptación del otro, etc. La relación se irá deteriorando cada vez más, pero será incapaz de romper pues justificará todo lo malo con que ama al otro. 



¿Cómo podemos salir de una relación de dependencia? En primer lugar, tomar conciencia, asumiendo que el amor no es eso y aceptando que no funciona. Después, pensar en lo sufrido y hacer una lista de todo aquello que no nos gusta del otro. En tercer lugar, es importante trabajar en nuestra autoestima para aumentarla, ya que la relación ha hecho que la pierdas por completo. Por último, pasar a la acción y romper la relación, soportando el síndrome de abstinencia, permítete el dolor, pero aprendiendo a la vez de él. Nada es eterno y nadie muere de amor. Rompe las cadenas y libérate.







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