Todos los nombres de una finca objeto de deseo

Ha pasado por las manos de Miguel Márquez, Polansky, Laing, Rovinat, Soros y Miguel Gem

Empresarios vinculados con la urbanización de Playa Macenas a lo largo de los últimos 60 años.
Empresarios vinculados con la urbanización de Playa Macenas a lo largo de los últimos 60 años.
Manuel León
00:07 • 14 jul. 2022 / actualizado a las 00:12 • 15 jul. 2022

Pocas fincas en el Levante provincial han sido durante tanto tiempo objeto de deseo como Macenas, la playa más alejada, más salvaje, de los veinte kilómetros de costa mojaquera. Siempre tuvo un halo misterioso, quizá por esa torre vigía, por ese castillo de aspecto embrujado, por ese silencio que sobresalta y que envuelve ese promontorio de porte majestuoso desde el que se adivina hasta Cabo Cope en días claros.



Toda esa lengua de tierra salobre que bordea la costa fue hasta los años 60 de un grupo de terratenientes, entre ellos del transportista de mineral Miguel Márquez, oriundo de Cuevas del Almanzora, quienes vendieron al inquieto periodista y promotor americano Paul Polansky por 25 millones de rubias pesetas, ese entorno entre el Perulico y la Cueva del lobo, casi a peseta el metro. Después Polansky traspasó Macenas a la empresa Laing y él se quedó con Cortijo Grande de Turre, donde construyó un complejo adelantado a su tiempo con club hípico, campo de tiro, helipuerto y el primer campo de golf provincial.



En 1976, el empresario Rafael Segovia solicitó hacer un Centro de Interés Turístico Nacional con el nombre de ‘Playa de las Macenas’, con 245 hectáreas. La sociedad Cortijo Grande, representada por Bryan Muyr Sanderson aportaba 52 hectáreas y el resto Laing y se incluía la construcción de un puerto deportivo. Después llegó otro proyecto de Metcal-Eurosol, que también naufragó. Laing, con Enrique Aldama y después Juan Miguel Villar Mir, a través de Obrascón, Huarte, Laing (OHL), pusieron las bases para su desarrolló. Cuentan que Aldama dijo al admirar el litoral de Macenas: “Aquí me gustaría morirme”. Batalló para edificar, pero no lo consiguió, a pesar de contar con tres millones de metros y un arquitecto como José Luis Gallego: la Administración no dio luz verde al  Plan Parcial.



Vendió Laing en 1987 a un grupo de empresarios locales entre ellos Frasquito Pérez Casquet, Juan Reverte, José Ramón Rodríguez Pedrosa, Miguel Gem, Juan Cano y los Matías de Garrucha, pero tampoco pudieron desarrollar el predio. Hasta que llegó el grupo Med Group, de Jordi Rovinat y, con muchos altibajos y oposición ecologista, pudo sacar adelante parcialmente la urbanización. Rovinat contó con el apoyo financiero y el glamour del inversor norteamericano George  Soros, a través de su fondo de inversión Perry Capital. Pero Soros vendió sus acciones en 2007 y estalló la burbuja inmobiliaria en un proyecto de 1.400 viviendas de alto standing, con precios hasta 7000.000 euros por casa y un hotel Westin de cinco estrellas que fue iniciado y cuyos muros aún permanecen junto a la playa. Un grupo de empresarios locales, liderados por Miguel Gem, intentaron reflotar el proyecto sin éxito y acabó en manos de los bancos.



Un paisaje indómito de piratas y contrabandistas



No existe en todo el Levante almeriense un paisaje más indómito que Macenas, esa costa por donde llegaban naves piratas de Berbería dispuestas a sembrar el pánico entre los mojaqueros antiguos; esa playa de nudistas furtivos, de naufragios, de barcos que embarcaban gavillas de esparto rumbo a Inglaterra; ese litoral de lances de pesca junto a Bordonares, junto a ese Castillo, en donde en tantas madrugadas de café y cigarros hacían guardia carabineros atentos al contrabando sin la luz de la luna; la misma playa a la que una mañana llegó el diplomático Rafael Lorente en un dos caballos con una novia rubia bañándose desnudos en el mar, ante el asombro de una pareja de guardias civiles con tricornio.








Y más allá, el Perulico, como un vigía de piedra redonda y perpetua de los mares del sur y el camino polvoriento hacia la oculta playa del Sombrerico; y el Manacá, ese oasis de arroces y fiestas de la luna llena, construido sobre los restos de la cabaña de La Isla del Tesoro donde John Silver el Largo apuraba tragos de ron de caña mientras preparaba el siguiente motín. Y al otro lado de la carretera, el Tuareg, la discoteca  de verano más fabulosa que nunca hubo en el Levante, cuyas reliquias, como las de un castillo medieval, aún flotan bajo palmeras desmochadas y los restos de la pista de baile que acondicionó Mauro. Allí cerca, entre manojos de limoniun estevei y el canto de grajos y chicharas, está el Agua Enmedio de donde partió a Filipinas un día un tal Pascual Artero, quien volvió para mandar edificar la ermita tagala que aún se conserva; esa misma cortijada, junto al Sopalmo, donde tenía su refugio Frasquito el Santo, aquel célebre curandero con aspecto de Moisés y ojos oscuros como la pez.


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