El hombre que lloró por La Merced y el Cristo de Medinaceli

La sociedad almeriense despide este miércoles al que ha sido su gran cronista

Antonia Sánchez Villanueva
23:35 • 21 dic. 2021

Siempre que su fina intuición de reportero de calle detectaba una noticia de calado mientras recorría la vida almeriense haciendo sus fotos y sus estampas de sociedad, corría a la redacción a confiar el descubrimiento a sus jefes, como nos llamaba con más cariño que intención jerárquica. “Yo, como hago crónica social y estoy en todos lados, me acabo enterando de todo”, decía, sin disimular ese punto de orgullo profesional de quien se siente en posesión de un bombazo informativo. De orgullo, pero también de humildad y de inmensa generosidad: “lo mío es la crónica social, que es lo que yo sé hacer, esto es para que lo sepáis y lo investiguéis vosotros”. 



Así era Juan Antonio Barrios Fenoy, el gran notario de la vida almeriense de la última década, cuya luz no se apagó ayer, solo cambió de morada a los 63 años para alumbrar otros firmamentos en los que él creía como buen beato -tal cual se autodefinía- y cofrade de arraigadas convicciones. 



Un mal de seis meses
Despuntando el amanecer del último día de otoño, en una habitacion del Hospital Torrecárdenas, Juan Antonio Barrios, o simplemente Barrios, dejó de apretar la mano que le ha estado aferrando a la vida en sus últimos seis meses, y también a lo largo de los 46 años que ha durado su profunda historia de amor. María del Mar, la gran compañera de vida casi desde que abandonaron la niñez, ha sido también casi la única testigo permanente de cómo Barrios emprendía un viaje sin billete de regreso. Él, siempre discreto, pudoroso, sin querer molestar, evitó con elegancia exponer públicamente las evidencias de su dura enfermedad durante las últimas semanas de su vida. 



Colaborador permanente de La Voz de Almería y la Cadena SER, Juan Antonio Barrios fue un apasionado de la comunicación y el periodismo, un oficio al que llegó sin premeditación, como suelen ocurrir los grandes encuentros del destino, que durante mucho tiempo compaginó con otros trabajos y negocios familiares -viene de una familia de comerciantes y durante años regentó una zapatería con una de sus hermanas-, y que a la postre se acabó convirtiendo no solo en su medio, también en su modo de vida. 



En la radio, en las páginas de este periódico, en papel y en digital -porque eso también tenía, que era capaz de adaptarse al devenir de los tiempos con una naturalidad envidiable-, retrató la vida social de la ciudad de Almería y de sus principales pueblos. Conocía a todo el mundo y todo el mundo lo conocía a él. Con su simpatía y su enorme desparpajo se ganaba el cariño y la confianza de personas de todos los rangos sociales, de cualquier sector, de no importa qué ideología. Nadie más que él conseguía colocar a todo el mundo en la foto en la posición que él decidía que era la mejor. Antes de su última  y larga etapa en La Voz de Almería, Barrios había probado el gusanillo de los medios de comunicación también en televisiones locales. Compensaba su falta de formación específica en la materia con una grandísima voluntad de aprender. Escuchaba, preguntaba, y registraba para seguir mejorando. 



Será cosa del destino, pero una de las primeras imágenes de Juan Antonio Barrios en las páginas de este periódico lo tenían a él como protagonista y se publicó en portada. En ella se veía a un jovencísimo cofrade, alto, espigado y de grandes ojos, llorando desconsolado en el interior de la Catedral de Almería. “Llanto por la Merced y el Cristo de Medinaceli” rezaba el titular. Era el Jueves Santo de 1996, y Barrios, uno de los pocos hombres que podía presumir de ser vestidor de la Virgen, no podía contener las lágrimas ante la destrucción en un incendio fortuito de las dos imágenes titulares de la hermandad de su alma, El Prendimiento. Aquella fotografía, un tesoro de hemeroteca, nos devuelve hoy la imagen de un hombre que mostró a Almería la talla de su enorme sensibilidad. Hoy, el llanto va por Juan Antonio Barrios, que este miércoles será enterrado dejando un hueco por siempre en la sociedad a la que tan bien retrató. 





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