Desde que Paco Flores se hiciera cargo del Almería en la temporada 2005-06 y pusiera las primeras piedras para el crecimiento real del club, el equipo no había dado una imagen tan negativa militando en Segunda, como la que dio el pasado domingo en el Carlos Belmonte. Nada más comenzar una concatenación de desaciertos, pérdidas de balón y apatías, condujeron el balón al fondo de la red de Casto.
Era tanto como salir del vestuario perdiendo. Eso para un equipo ansioso, que se sabía en la obligación de tener que reaccionar era lo peor que le podía ocurrir. Hubo algunos momentos en los que parecía que podía llegar la reacción, pero fue un espejismo.

Juguete roto César Sampedro, entrenador veterano curtido en mil batallas, había estudiado bien al Almería, sabía que en condiciones normales iba a ser presa fácil para su equipo y por eso no dudó en vender ante su gente la piel del oso antes de cazarlo. Primero ensalzando unas supuestas virtudes del plantel almeriense que hasta ahora no han aparecido y sobrevalorando las dificultades del choque para que cuando el casi seguro triunfo llegara pudiera sacar pecho. El equipo no funciona ni colectiva ni individualmente. En la plantilla sólo hubo un jugador, Michel, que intentó echarse al equipo sobre sus espaldas. Partido en dos, apático, sin agresividad, descolocado, lento, conformista, perdedor en todos los balones divididos y sin alma la escuadra rojiblanca fue un juguete roto desde el inicio que los albaceteños acabaron destrozando.
Tal y como publicaba LA VOZ en la previa el Almería es el rival con el que sueñan enfrentarse todos los equipos de la Liga Adelante por aquello de ser considerado el más poderoso económicamente y, en el fuero interno de los profesionales de los conjuntos contrarios, el menos competitivo e intenso de la categoría.