El desnudo que le colaron a la censura
En 1947 los indalianos presentaron un cuadro con una mujer desnuda que sacó los colores a las autoridades

La pintura indaliana presentó a los almerienses en una exposición este cuadro de una Eva desnuda que parecía ruborizarse ante la presencia del pecado.
Eva al desnudo. Eva como Dios la trajo al mundo, rodeada de una vegetación exuberante y tentada por un demonio que desbordaba virilidad y malas intenciones. Con este cuadro se despertaron los almerienses en una mañana de mayo de 1947 cuando en el Casino y en el Círculo Mercantil los Indalianos inauguraron una exposición monumental que pretendía ser exponente de la exaltación cultural que se vivía en la ciudad con motivo de la inminente inauguración de la Biblioteca Villaespesa.
La puesta en marcha de ese gran escenario de la vida cultural merecía una exposición a lo grande de los mejores artistas de la posguerra, que acababan de unir sus talentos en torno a lo que se llamó el Movimiento Indaliano. Bajo la supervisión del entonces Gobernador civil, Manuel Urbina Carrera, se pusieron en marcha todos los actos que tenían que desembocar en el gran acontecimiento que para la ciudad significaba la nueva biblioteca del Paseo. Él fue el que se entrevistó con Jesús de Perceval, el cabecilla de los pintores, y el que se encargó de que en la muestra estuvieran casi todos: Perceval, Viciana, Cuadrado, Gómez Abad, Suárez Egea, Rueda, Piñar, Capulino, Cañadas, Cantón Checa.
El tres de mayo de 1947, el día de la inauguración, se presentaron en la exposición las principales autoridades, algunos con sus camisas de Falange, otros con sus galones brillantes después de haber ganado la guerra, y los curas con sus sotanas y sus promesas celestiales. El vicario de la diócesis, el comandante de Marina, el presidente de la Audiencia, el secretario de Educación Popular, el director del Instituto y los mandos del ayuntamiento se mezclaron con los artistas para que el fotógrafo del diario Yugo retratara aquel instante de gloria.
Todo iba bien cuando comenzaron a ver los cuadros entre sonrisas y comentarios cómplices como si todos fueran expertos en la materia, hasta que llegaron ante una pintura que parecía tan real que los personajes empezaron a salirse del cuadro. Se trataba de una representación del paraíso donde no estaba ni la serpiente, ni el árbol de las manzanas, ni se intuía la presencia de Dios, tal y como se entendía entonces el paraíso.
La obra reflejaba un momento complicado, el más comprometido de aquellos inicios de la Creación: el instante en el que Eva era tentada por el demonio. El problema no era lo que representaba la escena, sino la forma en la que se presentaban los personajes y ese lenguaje de gestos que lo decía todo. Era una Eva de una belleza apabullante: rubia, con una melena que le caía por las espaldas, adornada con una diadema de flores alrededor de la cabeza; una Eva que mostraba sin tapujos un seno en un torso desnudo que era toda una invitación. Detrás de la primera mujer aparecía la tentación, representada por un demonio que derramaba virilidad y deseo por todos los poros de su piel y por las cuencas de sus ojos.
El problema no era solo aquella desnudez en medio de los uniformes, las camisas azules y las sotanas, sino lo que decían los protagonistas, que no necesitaban hablar para que todo el mundo descubriera, con una sola ojeada, que el demonio no le estaba hablando del tiempo que hacía esa mañana y que la buena de Eva no se sentía incómoda ante el acoso del pecado. Ella, con un dedo entre los labios, exhibía media sonrisa de complicidad, mezclada con una pincelada de inocencia y deseo que acentuaban su enorme atractivo. Detrás, el malvado demonio, con su torso desnudo y musculoso pegado a la espalda de ella, parecía estar diciéndole que él podía enseñarle otra dimensión distinta del paraíso.
La buena de la profesora Celia Viñas, que acompañaba a la comitiva, trató de quitarle pecado al asunto y le explicó a las autoridades que se trataba de una alegoría, que en el fondo lo único que quería representar era los peligros del pecado. El cuadro fue un éxito tan grande de público que duró dos días colgado, hasta que llegó la orden de retirarlo para evitar que la multitudinaria respuesta de los almerienses acabara en un problema de orden público. Nunca hubo en la ciudad tanto interés por una pintura como el que desató el cuadro de Eva.