El bar que creció frente al Ingenio
En 1957 la familia Joya se quedó con el bar el Romeral tras regentar el bar Andalucía

Francisco Joya, con la servilleta sobre el hombro, cuando regentaba el bar Andalucía en la calle de las Posadas.
En la pared del antiguo bar Andalucía los carteles de las corridas de toros compartían el espacio con un gran letrero en el que se podía leer: “Olé, tapas de jamón”. Era uno de los reclamos que el propietario del establecimiiento, Francisco Joya Bretones, puso en escena para atraer a la clientela en una época, los primeros años de la posguerra, en la que el jamón simbolizaba el sueño de la gente en los días del hambre.
No había otro aperitivo que dejara más sastisfechos a los clientes que unas buenas lonchas de jamón o uno de aquellos bocadillos con su tocino incluido, que eran la gasolina de los albañiles a la hora del almuerzo. El bocata de jamón con una botella de vino compartida para recuperar las fuerzas antes de la vuelta al tajo.
El bar Andalucía tenía dos puertas que daban a la calle de las Posadas, a unos metros de la Puerta de Purchena. Era el típico establecimiento de posguerra, a mitad de camino entre una cafetería de ponches mañaneros y una bodega de vino y tapeo para hombres. En la esquina de la calle, en la misma entrada a la Rambla de Alfareros, existía un cañillo de agua, el que habían quitado de la Puerta de Purchena, y a lo largo del callejón sobrevivían algunas de las viejas posadas que hicieron célebre el lugar y le dieron nombre a la calle. Una de las más conocidas era la pensión La Rosa, que contaba con un corralón que servía de cochera para guardar los carros que traían los huéspedes que venían de fuera. Ese mundo de pensiones, de viajantes, de tratantes y vegueros que llegaban a la ciudad en busca de negocio, mantuvo viva la zona hasta los años cincuenta.
Cuando la actividad empezó a decar y los nuevos tiempos fueron acorralando aquellas las fondas antiguas donde se compartía hasta el váter, la calle perdió fuerza y bares como el Andalucía tuvieron problemas para seguir adelante. Francisco Joya se trasladó entonces a la calle Méndez Núñez, donde tuvo el bar Los Faroles antes de quedarse con el El Romeral, al que llegó en 1957.
Fue un cambio radical. Después de los dos establecimientos que tuvo en el centro de la ciudad, se marchó a un arrabal del barrio de Los Molinos, frente al Ingenio, que en aquellos años se había convertido en una fábrica de productos químicos. Francisco Joya llegó a su nuevo negocio con su mujer y sus tres hijos, dispuesto a progresar, pero apenas tuvo tiempo de asentarse porque seis meses después le sorprendió la muerte. El bar se quedó en manos de su esposa, Luisa Puertas, una mujer batalladora que se levantaba de madrugada para aprovechar la hora de los desayunos, y de sus hijos, que se pegaron al negocio para sobrevivir.
A pesar de estar alejado de la ciudad, el barrio del bar el Romeral era un lugar con mucho paso y con vida propia. Los trabajadores de la fábrica de productos químicos solían frecuentar el bar, así como los químicos, especialistas que venían de fuera y habitaban en unas casas que la empresa puso a su disposición junto al Ingenio. Por el Romeral pasaban también los guardias civiles del puesto de Los Molinos a la hora del desayuno; los camioneros que venían desde los campos de Níjar, el Alquián y La Cañada a la capital cargados de mercancías, y los ganaderos que llegaban de Granada y Jaén a vender sus animales. En una ocasión, aprovechando un rato de bromas, metieron dentro del bar a cinco novillos y los combidaron a tomar cerveza.
La familia Joya se empeñó desde el principio en que el Romeral no fuera la típica bodega de hombres y le dio mucha importancia a la comida. La instalación de una plancha para las tapas, a finales de los años cincuenta, le dio un gran impulso al bar, que se fue convirtiendo en una referencia en Almería. Comidas caseras, tapas de pescado fresco y un techo lleno de más de cien jamones, eran un gran atractivo para los clientes habituales y para todo aquel que pasaba por la puerta en una época en la que no existía el invento actual de las tapas de cortesía y los almerienses tenían la certeza que con un par de tapas se podía almorzar.
En los veranos, los Joya aprovechaban la tranquilidad del lugar para sacar mesas y sillas a la puerta, y era frecuente, que por las noches el comedor se llenara de hombres y mujeres que llegaban en coches de caballos dispuestos a rematar una juerga hasta la madrugada. No había entonces un lugar más idóneo que aquel rincón de las afueras donde era posible pasar desapercibido y disfrutar a la vez de un buen banquete con un precio asequible.
Como el bar progresaba, la familia Joya se quedó con la casa en propiedad, la tiró abajo y en 1959 levantó un edificio de dos plantas donde puso el nuevo Romeral que llegó a ser el establecimiento de referencia para todos los vecinos del barrio de Los Molinos y del otro lado de la Vega.