Los veranos del querido Café Colón
La terraza del Colón era un balcón privilegiado por donde siempre corría la brisa del mar que ascendía por el Paseo

El Café Colón y su terraza en 1958 cuando eran lugares de referencia a la hora de tomarse un helado.
Después del ajetreo de las mañanas, cuando la vida caminaba a paso ligero por sus veladores, con el tiempo justo para tomar un café, llegaba el remanso de paz de las tardes, de aquellas tardes interminables del verano cuando el sol se empezaba a esconder y el Café Colón presumía de tener la terraza más fresca del Paseo.
Antes de que empezaran a levantar los edificios gigantes, cuando las edificaciones no pasaban de dos o tres alturas, el aire del mar penetraba libremente por ese corredor que formaba la gran avenida, provocando una corriente continua que hacía más agradable la vida de los almerienses.
Nunca hacía calor en la terraza del Colón cuando se echaba la tarde y tal vez por ese microclima privilegiado del que disfrutaba o por su historia, que le otorgaba la vitola de imprescindible lugar de encuentro, era casi imposible encontrar una mesa libre en los meses de julio y agosto. En la Feria, los clientes de toda la vida tenían su sitio reservado cuando pasaba la Cabalgata y la Batalla de Flores.
El Colón tenía fama de servir buenos helados y de hacer la mejor bizcochada imperial que se servía en Almería. En los años de la posguerra aquella terraza era el refugio de las familias importantes hasta que con el paso de los años aquellos veladores se fueron democratizando y las clases sociales se mezclaron con absoluta naturalidad.
El Colón era mucho más que su espléndida terraza donde se tejían las costuras de la vida de aquella ciudad de provincias que poco a poco iba levantado la cabeza. El Colón fue, junto al Español, el gran café de la posguerra, donde en las tardes de invierno el humo del tabaco y el vapor del café caliente iban dejando en el ambiente ese vaho de melancolía tan característico de aquel tiempo. Las tertulias se alargaban hasta la caída de la tarde, cuando la voz del presentador de sala anunciaba: “Con todos ustedes, el gran Quinteto Castillo y sus bellas señoritas”. Tres actuaciones cada tarde y los festivos, cuatro, para que no faltara la música.
Cuando se acercaba la primavera, el local contrataba a la orquesta ‘Alas’ de Madrid, que llegaba con la aureola de haber actuado en las salas más importantes de la capital de España. Ofrecía dos funciones diarias y los domingos, a las 12.30 horas, amenizaba lo que se llamaba entonces ‘sesión vermut’ a la que acudían los matrimonios y las parejas de novios después de haber escuchado la santa Misa.
El Colón tenía un ambiente mañanero: tumultuoso, ajetreado, como de paso, de café rápido y ojeada a las noticias del diario Yugo, y otro ambiente de tarde que era mucho más reposado, más de mesa de camilla y tertulia serena, que se repetía cada día como se repetían los mismos rostros, el mismo humo de tabaco que envolvía el escenario en una niebla sugerente; los mismos cafés que se eternizaban encima de los veladores. Y en la puerta siempre esperaban los mismos betuneros, acurrucados junto a la fachada si hacía frío, aguardando a que la voz de un cliente rompiera la pobreza de la tarde gritando: “limpia”.
Cuando llegaba el mes de mayo el trajín se trasladaba a la calle y la terraza reinaba a sus anchas como la más buscada de todo el Paseo. Uno de los pequeños placeres de burguesía almeriense de los años cincuenta era reunirse en la terraza del Colón y pasar revista a tolo que iba sucediendo en la ciudad en una época donde los bares eran auténticas sucursales de los periódicos y los camareros se convertían en cronistas improvisados.
Todas las noticias que generaba la ciudad pasaban antes por la barra de los cafés que por la rotativa del Yugo. Hasta para enterarse de cómo había quedado el Almería el domingo que jugaba fuera de casa el camino más corto era acercarse a un café del Paseo. El camarero encargado telefoneaba al cuartel de la guardia civil de la localidad donde se había jugado el partido para preguntar por el resultado y colocarlo después en la pizarra del bar.