La Voz de Almeria

Historias de Almería

El palacete almeriense donde se elegía a los ministros

Juan March, el rockefeller patrio, compró este viejo caserón solariego que brincó de un marqués, a una duquesa y a otro marqués

Imagen del Palacio del Almanzora a finales del XIX; Antonio Abellán, rodeado de nietos; el patricio cuevano, con su esposa Catalina Casanova.

Imagen del Palacio del Almanzora a finales del XIX; Antonio Abellán, rodeado de nietos; el patricio cuevano, con su esposa Catalina Casanova.La Voz

Manuel León
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Juan March, el llamado pirata mallorquín del Mediterráneo, adquirió un viejo caserón solariego en Almería (como el que compraba rapé en la botica) y ni siquiera llegó a pisarlo.

Este furibundo muchimillonario y cascarrabias, el Rockefeller español, que financió la munición de la Guerra Civil a Franco, vendió el inmueble sin saber que en el interior de esta casona rural con aspiraciones de Palacio, se desarrollaron reuniones políticas que marcaron el futuro de la provincia, intrigas de cortesanos y fiestas de alta alcurnia.

El Palacio del Almanzora fue siempre un gigante arquitectónico en medio de un páramo rodeado de rubia mies. Fue encargada su construcción por el X Marqués de los Vélez, Antonio Álvarez de Toledo, al arquitecto y académico Ventura Rodríguez con estilo Neoclásico. Con el transcurrir de los siglos, en 1860, la propiedad recayó, vía hereditaria, en la duquesa de Montalvo, una aristócrata más pobre que los ratones, quien tuvo que vender el caserón y la finca a Antonio Abellán Peñuela, un rico industrial minero de Cuevas del Almanzora, futuro Marqués del Almanzora por gracia de Amadeo de Saboya.

Además del edificio principal, embellecido con jardines versallescos, fuentes y lago navegable, el predio acogía también 47 cortijos, tres molinos harineros y tres almazaras.

En 1872, este marqués zascandil y bigotudo mandó ampliar el edificio principal convirtiéndolo en un verdadero palacete burgués con el sello del arquitecto Antonio de Falces. Allí residió junto a la su mujer, Catalina Casanova (Condesa de Algaida) durante los meses de verano, a caballo con su palacete en el Malecón de Garrucha donde expiró años después. Del marqués, coetáneo de hacendados como Ramón Orozco o el Marqués de Salamanca, decían, emulando a Felipe II, que en sus territorios no se ponía el sol.

Amasó fortuna como nadie gracias a la plata nativa que afloraba en su mina La Atrevida, en Herrerías, en los años en los que las ubres de esa sierra, que lo cambió todo en el distritio, fueron más generosas. Y eso le permitió vivir como un maharahá de Kapurtala, aunque sin olvidarse, es de ley reconocerlo, de los pobres. En épocas de hambruna y caciquismo, en la puerta del Palacio se ponía a repartir chuscos de pan (hasta 3.000) y no terminaba hasta que no se ponía el sol.

En los salones del Palacio, junto a puertas de roble y chimenea de alabastro, se decidió el trazado del ferrocarril del Almanzora y en las fiestas estivales, los adinerados de la época juntaban capitales uniendo a sus vástagos en matrimonios de conveniencia, con mucho chaqué y miriñaque.

El futuro marqués nació en la villa de las Cuevas en 1822. Heredó de sus padres una cuantiosa fortuna que supo hacer crecer como la levadura a fuerza de ingenio para los negocios. Llegó a hacerse único dueño de la gran fábrica de fundición La Atrevida en el cantón minero de Las Herrerías. En comandita con Ramón Orozco Gerez también constituyó la fábrica de fundición y elaboración de hierros El Martinete de Garrucha. Vinculado al Partido Liberal, Abellán Peñuela fue diputado a Cortés por los distritos de Sorbas y Vera, y senador del Reino en tiempos de Alfonso XII. Fue jefe de nacionales, en Cuevas y estaba afiliado al partido de la Unión Liberal, capitaneado por el general O’Donnell. Fue perseguido por conspirador hasta el punto de tener que huir emboscado en un velero a Gibraltar.

Tras su muerte, en 1903 en Garrucha, con 81 años, el Palacio del Almanzora se convertiría en la residencia definitiva de su viuda, Catalina Casanova, natural de Vera, Condesa de Algaida, título concedido a instancia del Ayuntamiento de Tíjola y la Reina Regente María Cristina por las obras sociales y de caridad. Tras la muerte también de Catalina Casanova, sus descendientes fueron perdiendo poder económico y social y terminaron vendiendo sus posesiones en Almanzora. Sufrieron los Abellán las consecuencias de la Guerra Civil trasladados ya a Madrid y cuentan exageradamente que en esos años de penuria tuvieron que quemar escrituras y títulos de propiedad para encender hogueras en el frío invierno.

A Antonio Abellán Casanova, le sucedió su hijo Abellán Calvet, que ostentaba el título aún en 1941. Tras un periodo de pleitos, en los últimos años, el título de Marqués del Almanzora estaba en manos de un piloto de aviación, José Antonio Abellán y Marichalar, quien quizá no sepa ni dónde queda en el mapa el lugar donde su tatarabuelo comenzó a amasar fortuna.

Ahora la propiedad del Palacio está dividida entre varios propietarios y el toma y daca para su restauración se dilata desde hace varias décadas. Mientras tanto, se va desportillando su osamenta, va menguando la consistencia del patio y de las caballerizas.

Flota aún, sin embargo, en ese ambiente de moho y herrumbre que ha colonizado la vetusta edificación la memoria de lo que fue y el espíritu de sus moradores.

De este edificio émulo del estilo neoclásico cada vez queda menos y en todos estos años ni siquiera ha sido reconocido como Bien de Interés Cultural. La petición la hizo hace un año, una de las propietarias, Carmen Mellado -El Ayuntamiento también es codueño- sin que se haya sabido nada del expediente desde entonces.

Los últimos tiempos en este testigo silencioso del pasado efímero almanzorí están presididos por los derrumbes tras derrumbes, convirtiéndose cada vez más en un islote de escombros. Hace dos años, se produjo uno de los derrumbes más dañinos en este patrimonio histórico, cuando se precipitó el techo de la bodega que databa del siglo XVIII, donde se hallaban sumergidas varias tinajas intactas.

Antes aún, se perdieron los espectaculares frescos de faisanes y aves del paraíso que decoraban el dormitorio de los marqueses. Cada día que pasa se hunden más las reliquias de esta histórica casona y el espíritu de aquellos que la habitaron.

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