La Voz de Almeria

Historias de Almería

Los almerienses de la 'Operación España'

Era el año 1969 y en Almería convivían la boina y el biquini; una campaña trajo de visita a emigrantes de Hispanoamérica: 22 eran almerienses

Almerienses en el andén de la Estación, con pancartas, esperando al expreso de Madrid el 11 de octubre de 1969

Almerienses en el andén de la Estación, con pancartas, esperando al expreso de Madrid el 11 de octubre de 1969Manuel León

Manuel León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Aunque los turistas alemanes empezaban a llenar los primeros hoteles, era aún, la de esas fechas de la rimbombante ‘Operación España’, una Almería de boina y botijo; aunque ya teníamos aeropuerto en El Alquián y Festivales en La Alcazaba, seguíamos con centros antitracomatosos y legañas en los ojos. Queríamos, pero aún no podíamos del todo. Almería era una autocracia en la Plaza Vieja, pero una democracia en la playa. Y fue en ese preciso tiempo mestizo cuando el Régimen, a través del ministro de Trabajo, Jesús Romero Gorría, se le ocurrió invitar a volver a unos cientos de emigrantes españoles en Hispanoamérica (aún no se había acuñado el término Latinoamérica) con el boleto de ida y vuelta pagado, con un claro tinte propagandístico orientado a mostrarse en el NO-DO. Eran exiliados con más de 25 años en países hispanoamericanos que zarparon en octubre de 1969 de puertos argentinos, brasileños o mexicanos a bordo de tres buques -Satrústegui, Cabo San Vicente y Ciudad de Palma- rumbo a la madre patria (un arcaismo ahora). Eran 22 almerienses en total los que se sumaban a esa emocionante expedición, emigrantes que cruzaron un día el Atlántico con un ansia telurica por poder volver, algunos con la frente marchita como en el tango de Gardel, o con la letra del Emigrante tiritándole en los labios.

Llegaron a Barcelona, con el locutor Boby Deglané dándoles la bienvenida por un altavoz, y viajaron a Madrid y desde allí, los almerienses viajaron de noche en el Expreso hasta su añorada provincia.

Llegaron a las 9,30 de la mañana, con el andén lleno de familiares, autoridades y almerienses en general, en un entusiasta recibimiento de más de 4.000 personas, según la prensa de la época. Fueron bajando de los vagones y pisando suelo indálico esa veintena de almeriensitos de la capital y de los pueblos, como adentrándose en un territorio casi olvidado después, en algunos casos, de una cincuentena de años; las maletas habían cambiado de aspecto, pero no de peso: cuando partieron, con lágrimas, eran de cartón, con sogas sujetando los bordes; ahora eran de ruedas, con compartimentos secretos para ocultar los años lejos del mar almeriense y para acunar el tiempo y la nostalgia de encontrar lo que se dejó atrás. Eran hombres y mujeres avejentados, con la piel marcada por inviernos forasteros; eran almerienses aturdidos por el viaje de vuelta a su tierra, de la que escaparon cuando el hambre era una mano que empujaba sin tregua; ahora regresaban con el acento almeriense deshilachado, con el sabor del pimentón casi olvidado; volvían esa mañana otoñal con la idea fija de que la infancia no se pierde del todo, que aún era posible sentarse en la puerta de la casa vieja y escuchar el rumor de las chicharras, con la esperanza de poder morir donde uno nació, con la idea fija de que las raíces tiran siempre más fuerte que los mapas; volvían barruntando que la Almería que dejaron ya no estaba, que donde antes había eras de trillar y campos de alfalfa, habían surgido supermercados y casas de veraneo; pero esa Almería a la que volvían esa mañana luminosa les parecía que aún olía a pimientos asados, porque la memoria tiene sus trucos y ese regreso se convertía para ellos en una especie de espejismo acogedor. Subieron al Cerro de San Cristóbal, pasearon por la Rambla, se sentaron en una terraza y pidieron un vermú con sifón; almerienses de la diáspora que creyeron que el futuro estaba lejos del Cañillo; las maletas pesaban igual que cuando partieron en un barco medio siglo antes desde Bayyana, pero ya no iban llenas de sueños, sino de recuerdos que, por mucho que pesasen, encontraban su sitio en la tierra donde nacieron.

Una anciana almeriense abraza con emoción a un familiar recién llegado de Argentina en la ‘Operación España’,

Una anciana almeriense abraza con emoción a un familiar recién llegado de Argentina en la ‘Operación España’,Manuel León

Les recibió una algarabía a ese grupo de almerienses retornados por quince días, que tenían ya su vida, sus hijos y hasta sus nietos, en el Nuevo Mundo. Los montaron en coches de caballos enjaezados y garbearon por el Paseo con los sombreros al vientos, aplaudidos, levantando la mano como si fuesen toreros. Tocó para ellos la Banda Municipal el Fandanguillo de Almería y bailó la Sección Femenina, con la guitarra de Richoly; fueron recibidos por el Gobernador, Juan Mena, por el alcalde, Paco Gómez Angulo, por el obispo Suquia. Lanzaron por ellos cohetes al cielo y desayunaron en el Casino. Después se trasladaron a la Patrona, al Ayuntamiento, flamearon los pañuelos y latieron sus corazones, hasta que volvieron semanas después a su tierra de promisión.

Estos fueron los 22 almerienses de aquella ‘Operación España’: Ana García Torres (México), destino Almería; Ana Ruiz Moreno (Argentina), destino Almería; Miguel Carretero Navarro (Argentina), destino Ohanes; María Herrerías (Argentina), Almería; Juan Miras (Argentina), Albanchez; José Alberto Ruiz Ruiz (Colombia), Abrucena; Antonio Auge García (Brasil), Almería; Eugenio Méndez García (Brasil), Almería; Juan Torres Rodríguez (Brasil), Oria; Rosa Torres Rodríguez (Brasil), Oria; Juan Cirera Alcaraz (Brasil), Santa Fé; Antonio García Guevara (Brasil), Almeria; Antonia Ramírez Miras (Brasil), Oria; José Martínez Medina (Brasil) Macael; Blas López Rodríguez (Brasil), Almería; Juan Bautista Castelló (Argentina), Huércal-Overa; Andrés Agüera (Argentina), Huércal-Overa; Juan A.Soriano (Argentina), Alsodux; Francisco Muñoz (Argentina), Arboleas; Francisco González (Argentina), Garrucha; Juan Cano Alfonso, Cuevas; Rosa de Haro Parra, Huércal-Overa.

tracking