La triste Plaza Vieja que nos querían 'vender' sin árboles ni cenotafio
Las sombras, los bancos y el pingurucho son el alma de la nueva plaza

Los turistas buscan los bancos y las sombras para descansar en la Plaza Vieja
Aquellas mentes brillantes que nos gobernaban hace ya casi diez años tuvieron la ‘grandiosa’ idea de dejar su sello en la plaza más representativa de la ciudad para que las futuras generaciones no se olvidaran nunca de ellas. Para conseguir la inmortalidad, no se le ocurrió otro plan que romper completamente con la tradición y sacarse de la chistera una Plaza Vieja completamente diferente a todo lo que había sido a lo largo del último siglo, prescindiendo de los árboles que le daban sombra y la humanizaban, de los bancos que eran el lugar de descanso y encuentro de vecinos y paseantes y del monumento a los Mártires de la Libertad, que estaba estorbando en medio de la plaza y que podía encontrar un nuevo destino en cualquier otro sitio.
Aquellos ‘lúcidos’ gobernantes, encabezados por el entonces alcalde, señor Fernández Pacheco, querían una Plaza Vieja más moderna, a ser posible desprovista de referencias históricas, y adaptada a los gustos de los tiempos que corren que pasan irremediablemente por convertir cualquier escenario en un lugar de fiestas y de bares.
Querían hacer una Plaza Mayor al estilo castellano, sin tener en cuenta el contexto, la realidad de una ciudad como Almería donde el verano dura seis meses y donde durante tres meses se pude freir un huevo en el suelo de la Plaza Vieja a la hora punta del sol. Querían borrar de un plumazo los árboles, que tanto trabajo costaba mantenerlos sanos y que el cenotafio fuera a parar a otro sitio donde no estorbara para que la plaza se quedara completamente libre. Para qué necesitábamos los árboles cuando podíamos tener a cambio la penumbra de las sombrillas de las terrazas de los bares y disfrutarla con una caña de cerveza entre las manos. Para qué necesitábamos un monumento que nos quitaba tanto espacio cuando se podía aprovechar toda esa parte central para llenarla de sillas y organizar conciertos a diestro y siniestro.
Suerte
Tuvimos suerte con el cambio de Gobierno en el ayuntamiento y con una nueva coorporación que con sus luces y también con sus muchas sombras, y mirando de reojo la presión social que se le venía encima, optó por el camino del sentido común y estableció como prioridad el arreglo y la puesta en valor de una Plaza Vieja que llevaba veinte años en barbecho, dejando en ella sus principales señas de identidad. Basta darse una vuelta cualquier mañana por el lugar para entender que los árboles, los bancos y el monumento se han convertido en los tres pilares fundamentales sobre los que se sustenta la nueva Plaza Vieja. La mayoría de los turistas que la visitan, que son muchos, casi siempre de paso hacia La Alcazaba, se quedan un rato en la Plaza Vieja sentados en los bancos, bajo la sombra de los árboles. Son los mismos que se detienen unos minutos ante el cenotafio que humaniza el recinto y le cuenta a todo el que se pone delante una historia de la ciudad, un relato que tiene mucho que ver con la intolerancia y con la conquista de la libertad.
Podíamos tener una Plaza Vieja moderna, made in Ramón Fernández Pacheco, una plaza moribunda en verano sin ninguna seña de identidad, que resucitaría de noche entre bares, ligue y negocios, pero por suerte vamos a poder seguir disfrutando de un escenario amable, acogedor y lleno de historia que no necesita del ‘tardeo’ ni de la marcha nocturna para que en él se sienta latir con fuerza el corazón de nuestra querida ciudad.