Cuando llegó al Hotel Playadulce y deshizo el equipaje encima de la cama, llevaba el viajero varias decenas de cuartillas escritas a máquina que eran el esbozo de lo que dos años después iba a ser su nueva novela Lituma en los Andes. El libro era -y es en los anaqueles de las librerías- un canto a la vida rural peruana, a un pueblecito bucólico, como fue en sus comienzos el propio Aguadulce que, en esos días, pisaba el escritor peruano que ha muerto en Lima la tarde del pasado domingo. 

Mario Vargas Llosa -"uno de los más grandes titanes de la literatura en español", como lo ha definido Javier Cercas, "maestro universal de la palabra" como lo ha motejado el presidente Sánchez en un mensaje en la red social X -llegó a Almería en avión la tarde del 15 de julio de 1991, cenó y se retiró pronto a descansar. A la mañana siguiente -día de la Virgen del Carmen- intervino en el Curso 'Iberoamérica, después de la democracia'. Venía el autor peruano a Almería no solo con el áurea de escritor cumbre, con 55 años y unas sienes que empezaban a blanquear, sino también con el tirón mediático de acabar de presentarse a las elecciones presidenciales del Perú siendo derrotado por Fujimori. Por eso, recuerdo cómo se llenó la sala del hotel para recibir al novelista/político: concejales, diputados, intelectuales y empresarios almerienses que querían escuchar las reflexiones del escritor, futuro Nobel, que aún estaba en su plenitud creativa. Y por supuesto, allí estaban unos cuantos periodistas con bolígrafos y micrófonos cargados como armas de difusión masiva de las palabras del autor de La Ciudad y los perros; allí estaba el que esto escribe, meritorio en ejercicio de la cadena Ser, sustituyendo por vacaciones al malogrado Iñigo Mas, en una redacción de informativos que comandaba Angel González, y en una emisora que dirigía el trianero Juan Eloy Durán, en la calle José Durbán Remón.

Apareció, pues, Vargas Llosa escoltado por el director del foro, el albojense Inocencio Arias, y por el periodista José Luis Martín Prieto, en esos Cursos enjundiosos que el rector de la Complutense, el profesor de Purchena Gustavo Villapalos, consiguió, como sacando una paloma de una chistera, que se celebraran en Almería. Recuerdo que ese año de prácticas en la SER aparecieron por el Playadulce, además del novelista, Baltasar Garzón, Cristina Almeida, Ramón Tamames, Manuel Alvar, José Luis Pinillos y algún personaje más que se me escapa. Todo un lujo. Mario, el más mediático de todos, habló de las ventajas para Latinoamérica de la economía de mercado, del proceso de democratización incipiente de todo ese área; habló de Pinochet, de que nunca más se presentaría a unas elecciones. Y dijo: "La libre economía genera situaciones de desigualdad, pero yo apostillo que la verdadera desigualdad resulta de la desigualdad del esfuerzo de cada uno". Y Chencho, tras ese cóctel más político que literario, introdujo la anécdota de que se había dado una vuelta por las librerías de Almería y solo había encontrado ocho ejemplares de libros de Vargas Llosa a la venta. 

Después, en los desayunos de Radio Nacional que presentaba María Rosa Granados, también en el Playadulce, el escritor peruano afirmó que conocía la existencia de La Chanca y de Níjar por los libros de Goytisolo en su deambular por tierras almeriense y que el pueblo de Aguadulce le recordaba a un hermoso balneario de su ciudad natal, que lleva el mismo nombre. 

Terminó su breve estancia en Almería, el celebrado autor latinoamericano, recorriendo La Chanca y el centro histórico de la ciudad acompañado de unos amigos, viendo los barcos paseando por la bahía de Bayyana en procesión marinera.