Radiografía espontánea de un intenso día a día
De bares y comercios de toda la vida, niños jugando y saludos por doquier emana la esencia de los edificios que dieron nombre al vecindario

El barrio tras la antigua estación de tren, durante las obras previas el Parque de la Estación. Foto: keko
La Intermodal y el Centro de Arte a un lado, con la antigua terminal de autobuses al fondo. La añeja estación de tren y su parque a los pies, desde el cual el Cable Inglés hospeda a una titánica rotonda. Y al otro extremo, Oliveros, con el que a menudo se confunde. El recorrido comienza en Soldado Español, “la calle más segura de Almería”, bajo el escudriño de las cámaras de vigilancia del cuartel de la Guardia Civil. Así la define Loli, vecina de Los Mediterráneo desde hace 42 años.
Reajustes
“En los bajos de este edificio (dice señalando al número 13) se ubicaba la parroquia de Santa Teresa, que ahora está en Oliveros. La dividieron en dos locales. En uno de ellos estuvo el consulado de Marruecos, pero ahora lo ocupa el Grupo Control. El otro es un pub”. Por toda la parte de atrás del cuartel, se extendía la fábrica de Briseis, “conocida por sus perfumes”. Muy cerca se encuentra la plaza Sacerdote Fernando Berruezo, sede de dos centros vecinales Mediterráneo-Oliveros.
Movimiento
“Esta es una zona céntrica, rodeada de organismos oficiales, comercios y muchos bares. Se nota porque cuesta encontrar aparcamiento”, afirma Loli. Un poco más arriba, en la calle Hermanos Pinzón, comenta con la dueña del bar Tíbet que Helados Adolfo (situado hace décadas en el mismo local) fue un referente en el barrio. No muy lejos de allí, la confitería Malpica parece haberse ganado igualmente el afecto de los vecinos. “Algo típico de aquí son los arcos en los soportales de los edificios”, que le confieren un aspecto distintivo, al tiempo que protegen a los viandantes en días de lluvia y viento.
Buenos tiempos
Llega el turno de Carolina –alias Keko–, quien, como Loli, vino a Los Mediterráneo en el año 75. Vive en una de las 5 torres del Siglo de Oro: Quevedo, Góngora, Villaespesa, Cervantes y Campoamor. “Este barrio siempre ha tenido mucha vida. Yo me independicé aquí y, en aquella época, se miraba todavía un poco mal a los jóvenes que vivíamos en esta parte de la ciudad. Tenía algo de ‘mala fama’ porque, en general, el perfil de los que vinieron era el de gente con inquietudes, avanzada en ideas”, explica.
“La vida del barrio ha sido muy activa, con personas trabajadoras, de clase media. Había muy buen ambiente. Todos nos conocíamos.Los edificios estaban nuevos y había todo tipo de servicios”. Keko recuerda algunos de los lugares emblemáticos, como el bar Varadero, del padre de su amigo Iñaki. “Y el Nevada, que para mí tiene las mejores tapas, el Chele o Liceo Heladerías, que ya ha cerrado, como otros tantos negocios. La casa de comidas Kaguama era de otra amiga nuestra y también estaba el bar Ajá, el de Luisa”.
Aires de juventud
“En los 80 (no recuerda el año exacto) pusieron una vez la feria de Almería en Oliveros, que aún era una explanada sin edificar. Entonces éramos jóvenes y salíamos mucho. Nos divertíamos. Y todavía más ese año, que vivíamos a dos minutos de la feria”.
“Frecuentábamos el pub Mediterráneo, al que iba todo el barrio. Daba a dos calles y en una de las entradas había una mini-bolera. Tenía billar, pantallas de televisión... Y estaba abierto toda la noche”. “Y la discoteca Lord Nelson. Normalmente, íbamos primero a la discoteca Playboy o salíamos por la zona del parque Nicolás Salmerón y luego, la última copa, nos la tomábamos en Lord Nelson”. Como curiosidad, apunta que, durante la Transición, algunos políticos del PSOE alquilaron apartamentos en el lugar: “Mi padre fue teniente alcalde cuando Santiago Martínez Cabrejas salió elegido alcalde, en el gobierno del 81”.
Evolución
“El barrio ha cambiado”, señala Keko con algo de pena en la voz. Perdieron las Cruces de Mayo y ganó la suciedad y la inseguridad. “Las autoridades deberían ocuparse más de esta zona. Yo antes volvía a casa a las 12 de la noche sin miedo. A día de hoy, ya no lo hago”.
Además, “la prostitución ha dado una mala imagen y ha hecho que cierren negocios. Antes la gente se mataba por comprar un piso aquí y ahora eso tira para atrás”, añade. Sin embargo, “seguimos quedando vecinos de los de siempre, han sido pocos los que se han ido a otras zonas. Hay mucha unión porque somos amigos. Íbamos al Nevada de tapas, a tomarnos un café o un helado al Iceberg y luego de copas al Varadero. Hacíamos la vida aquí. De hecho, Ignacio, el dueño del Varadero, montó una pequeña pista de baile para los del barrio cuando amplió el negocio”.
Sintonía
Geli, amiga de Keko, también ha pasado la mayor parte de su vida en este barrio “dinámico, solidario, de buenos vecinos”. Alude a su fascinación al observar a la mujer de uno de los albañiles plantarse cada día con su hornillo en pleno solar en obras para prepararle la comida: “Era muy curioso verlo”. Destaca comercios como Confecciones Mediterráneo, “que nos ha vestido a varias generaciones”. “En casa a la dueña la llamamos ‘Loli, la nuestra’ porque la conocemos desde hace mucho”.
Anécdotas
“Una vez tocó la lotería en la panadería de El Árbol, el supermercado grande”. De menores dimensiones eran “el súper de Paquita” o “la panadería de Luis, el del clavel”, que era padre de Paquita y siempre llevaba una de estas flores en la solapa.
Tampoco quedan atrás la tienda de chuches de Rachel ni la tintorería de Isabel. “Los conocíamos a todos por sus nombres”, subraya Geli. Explica que tanto sus hijas como las de sus compañeros han optado por zonas más nuevas o pueblo cercanos, como Aguadulce, “un poco huyendo de un barrio en el que todos los conocen”.
Casas tipo
“Estos pisos son de calidades normalísimas, de 70 metros cuadrados, con un salón grandecito, tres dormitorios, un solo cuarto de baño y una pequeña terraza que muchos le metieron al salón”. “Eran muy asequibles para la gente joven”, prosigue. “Por eso nos vinimos a vivir a estas colmenas, como las llamaba mi abuela (por ser todos edificios altos llenos de “ventanucas”). De Orditel, la tienda de decoración del barrio, salieron los muebles de muchas de esas viviendas.
“Aquí hemos sido la mar de felices. No necesitábamos más”, concluye Geli.