Recordando a Audrey Hepburn desde el corazón de Cabo de Gata: “Era una de nosotros, esa es su magia”
Sean Hepburn Ferrer evoca la figura de su madre en una entrevista concedida a LA VOZ mientras disfruta de su primer verano en Almería

Audrey Hepburn y Gregory Peck en un fotograma de 'Vacaciones en Roma'. En la imagen, Sean Hepburn Ferrer, hijo de la actriz.
Sean Hepburn Ferrer, hijo de la mítica actriz, charla en exclusiva con LA VOZ durante su retiro vacacional en el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. En la entrevista, reflexiona sobre el potencial turístico de la provincia almeriense y recuerda la figura de su madre, Audrey Hepburn.
La protagonista de filmes eternos como ‘Vacaciones en Roma’, con el que ganó el Óscar, ‘Sabrina’, ‘Dos en la carretera’ y ‘Desayuno con diamantes’ no solo es fue de los mitos más queridos del séptimo arte. También brilló como un icono de la elegancia y la naturalidad, que hoy sigue vigente, y como un rostro sincero de tantas causas humanitarias.
¿Qué se siente al ser niño en un ambiente de estrellas?
Buenísima pregunta y me encanta más la respuesta: no lo sé. Cuando era pequeño, mi madre dejó su carrera en el top absoluto: fue la primera mujer junto a Elizabeth Taylor en ganar un millón de dólares. En algunos casos ganaba más que ciertos hombres de la época: en ‘Sabrina’, más que Bogart. Ella dejó el cine y se volvió una madre ‘full time’. Nací y crecí en Suiza, después nos fuimos a Roma. Sí había paparazzis a la salida del colegio, pero fue una madre normal. Yo no crecí en Hollywood y probablemente fue el regalo más grande que me hizo. Fue una decisión suya: la de no crear hijos de estrellas.
¿Cómo era en casa?
Se preparaba muchísimo cada papel. Por ejemplo, cuando hizo ‘Sola en la oscuridad’, que produjo mi padre, se fue a vivir en un centro de ciegos. Cuando ‘Historia de una monja’ estuvo con las monjas bernardinas durante seis semanas para aprender los gestos: no puedes vestirte de Givenchy, no puedes usar tanto las manos, solo tienes la cara para mover. Pero todo esto viene antes del Actor’s Studio, de Lee Strasberg, donde el actor sale de sí mismo y se pone en un papel imaginario. La persona que veías en la pantalla era ella. Diferentes facetas de su personalidad, pero ella. Era una mujer muy sencilla a la que le encantaba estar en casa, comer un plato de pasta, ver una película en la tele, hacer una tarta para los amigos en un cumpleaños, ir caminando al centro para comprarme calcetines y libros para el colegio. Eso es lo que quería, y lo logró.
Esa naturalidad ya estaba en ‘Vacaciones en Roma’, que le dio el Óscar.
Cuando celebraron los cien años de Gregory Peck, los dos hijos de él y Veronique fueron a Roma y me invitaron a una proyección de la película bajo de la escalinata de la Plaza de España. Nunca la había visto entera en pantalla grande. Y cuando la ves en la pantalla grande, entiendes por qué le dieron el Oscar. Ella siempre decía que Henry Fonda era el máximo exponente del actor pensante, porque veías lo que pensaba detrás de sus ojos, y eso le gustaba mucho. Eran grandes amigos y siempre quiso hacer eso. Cuando la ves, ves su rostro, pero también lo que está pasando por dentro. Esa es la diferencia entre buena actuación e inteligencia artificial.
Ahí está su reacción espontánea en la secuencia de la Boca de la Verdad.
Gregory Peck le gastó aquella broma [la boca le mordía la mano y simulaba quedarse manco] inspirada en un comediante clásico. Ella no lo sabía, pero no rompió el personaje. Quiso darse la vuelta hacia William Wyler, pero no lo hizo. Y se quedaron con esa única toma.
William Wyler, Billy Wilder, Stanley Donen, Blake Edwards, Steven Spielberg... Trabajó con los más grandes.
En realidad hizo menos de veinte películas, cuando actrices como Bette Davis hicieron más de 80 y muchas no han perdurado. Creó algo fresco, nuevo, y las películas siguieron su estilo. Mi abuela la llevó a ‘Vacaciones en Roma’ y después le pasó el testigo a mi padre. Y todas las decisiones de mi padre y mi madre (él era complicado, pero un productor genial), todas las personas que la rodearon, desde el maquillador Alberto de Rossi (que inventó este look) hasta el vestuario, la cantidad de fotos que tomaron… Ella fue la reina de Instagram antes de que nacieran las redes. Aún hoy encuentro no una imagen, sino una sesión completa que aún no había visto. Es increíble que ella entendiera el poder de la fotografía.
¿Cuáles son las películas favoritas de su madre?
Tengo un par por razones personales. Me encanta ‘Una cara con ángel’, porque ella quiso ser bailarina y pudo lograrlo con Fred Astaire. Y ‘Ariane’ porque es las más ‘lubitschiana’ de Billy Wilder.
¿Y las de ella?
No miraba atrás. Cada película tenía un lugar en su corazón por las amistades que se crearon. Por ejemplo, en ‘Vacaciones en Roma’ nació una amistad para toda la vida con Gregory Peck. Él tuvo un gesto extraordinario: pidió que sus nombres en los créditos salieran a la misma altura. Él sabía que ella iba a ganar el Óscar, y así fue. Con Wilder, Wyler, Gary Cooper, Cary Grant… creó amistades, y con los equipos y la gente con la que trabajaba. Cuando comenzaron a fallecer, pensó en dejarlo: se iban quienes consideraba su familia.
Su figura sigue tan viva que pronto se estrenará en Madrid un musical sobre ella.
Estuve con la producción cuatro años, pero me he desvinculado por cuestiones creativas. El guion es una preciosidad y les deseo lo mejor. Pero tengo 65 años: ¿voy a quedarme cuidando de algo de lo que no estoy cien por cien involucrado emocionalmente? Tengo muchas cosas por hacer: acabo de entregar la que espero que sea la última biografía autorizada sobre la vida de mi madre [‘Intimate Audrey’, prevista para abril de 2026]. Lo he escrito con Wendy Holden, una escritora maravillosa que antes fue periodista de guerra. La vida de mi madre, en cierta manera, empieza con la II Guerra Mundial y termina en sus años de UNICEF, en todos estos lugares donde son la guerra, los hombres, los que crean el desastre
¿Cuál es hoy el legado de Audrey Hepburn?
Mi madre fue esa chica del piso en frente que se pone un vestidito negro y sale al mundo. Y la consideramos una de nosotros. Esa es la magia.