El dibujante de la historia de Almería cumple 90 años
Hace 30 años se avecindó en Vera venido de Hamburgo donde fue ilustrador oficial del Museo Arqueológico

El ilustrador Emilio Sánchez en una imagen reciente.
Es un ejercicio de intriga descifrar cómo un madrileño de Chamberí, hijo de cocinero de postín de la Casa de Borbón, acaba dibujando almerienses antiguos bajo las palmeras africanas de Vera; esa es su sinóptica semblanza, mientras que su sintético semblante es el de un caballero bigotudo con madejas nacaradas renacentistas darramándose entre sus sienes como las de un obispo. Es Emilio Sánchez Guillermo, un artista del crayon que apagará hoy 90 velas en el restaurante Regio de Vera, la misma botillería donde empezó todo en esta tierra, donde decidió, junto a su mujer alemana Inge en 1989, que se quedarían en ese Levante levantisco. “Llegamos tarde, de un viaje turístico por Granada, íbamos camino de Alicante, y nos abrieron la cocina para nosotros, desde entonces nos ganó Vera”.
Se había jubilado Emilio y quería la tranquilidad del sur, del Mediterráneo, y aquí lleva desde entonces, compartiendo temporadas entre Vera y Hamburgo, donde tiene a la familia. En el palmeral veratense es donde Emilio, ya nonagenario, sigue dibujando bajo un sol gigante con precisión de numismático, donde sigue trazando perfiles moriscos, montículos secos, bajíos de la costa; aquí es donde se ha consagrado este madrileño/alemán/almeriense como el dibujante de los libros de la historia de Almería. Su destreza empezó a alumbrarse en el Liceo francés de Madrid y en la Escuela de Artes y Oficios, auspiciado por maestros como Carlos Pascual de Lara, Matilde Calvo y Juan José García. En 1960 decidió marchar a Alemania a trabajar en una fábrica de cartón. Pero pronto encontró regazo para su talento con el lápiz empleándose en estudios de dibujo para márketing y publicidad, ganando más tarde plaza de dibujante ilustrador en el Museo Arqueológico e Histórico de Hamburgo. Hasta que jubilado, decidió volver a España y se topó con Vera, como quien se topa con un santuario de paz para su trabajo minucioso, donde se hizo una casita donde sigue viviendo, donde tiene su estudio de dibujo, sus lápices, sus cuadernos, sus tazas de té y de café. En ese cuarto silencioso y luminoso ha ido plasmando Emilio todo un cartapacio de dibujos con aroma a la Almería antigua, a la Almería de siempre, que han servido para ilustrar libros de las colecciones de Arráez y exposiciones de óleos y acuarelas; ese mismo cuarto donde recibía a amigos que ya se fueron como Miguel Sáez, Ezequiel Navarrete, José Antonio Ruiz o Joaquín el Lobo; ese cuarto donde seguirá con el lápiz afilado dando forma a la historia, a la vida que fue y de la que no hay imágenes, porque un artista no abdica nunca, aunque sople 90 velas.
Babuchas moriscas y chalecos cristianos
Sus dibujos -los de este virtuoso Emilio con aspecto de turista de Veraplaya- atrapan la impronta de la Almería de siglos, como si su artífice hubiera estado allí en ese tiempo remoto; como si se hubiera mezclado con Hernández del Pulgar y hubiera visto con sus ojos escondidos tras los lentes cómo eran las babuchas de los moriscos y los chalecos de los repobladores; cómo eran las naves corsarias que desvalijaban las costas de las que escribe Bernard Vincent, cómo los campos de trigo y los granados, cómo las cocinas de los hogares y el ambiente de las zambras. Todo eso dibujado por él en exposiciones deliciosas como la de los Momentos Estelares de la Historia de Almería o la reciente Historias y Leyendas dibujadas en Antas, poniendo rostro a las tinieblas de la historia.