Andrés Neuman “Cuando uno escribe, en el fondo del corazón piensa que nadie lo leerá”
El ciclo ‘Letras capitales’ del Centro Andaluz de las Letras vuelve hoy (Biblioteca Villaespesa, 20 horas) con el escritor hispano-argentino Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), que presentará su última novela, ‘Hablar solos’ (Alfaguara), donde aborda temas como la infancia, la enfermedad, el dolor, la muerte y el sexo.
¿Qué le supone como escritor este tipo de encuentros con los lectores?
Cuando uno escribe un libro, en el fondo de su corazón sospecha que nadie lo leerá, y cuando aparece alguien te sorprende extraordinariamente.
¿El público aprovecha la cercanía o respeta la distancia con el autor?
Un libro es una conversación, y cuando lo presentas no es más que la confirmación de esa conversación. Disfruto de estos momentos, porque escribir es una actividad a solas, como lo es leer. Por eso, unir esas dos mitades, esas dos soledades, puede ser algo emocionante. El lector comprueba que el autor existía --lo cual no deja de ser raro, porque los libros parecen objetos con vida propia-- y el autor comprueba, si hay suerte, que a pesar de todo no estaba hablando solo, que es casi como se llama el libro.
Como en estos días: la calle también habla sin saber si alguien escucha...
Uno siempre tiene la mínima esperanza de que sirva para algo aunque habría que ver qué entendemos por servir. Creo que encontrar a tus semejantes es una utilidad en sí. Se sale a la calle para expresar el descontento y las emociones no sólo a un posible, y bastante sordo, interlocutor --la clase gobernante-- sino también para encontrarse con el milagro del par, del otro que está en una situación parecida. Cuando uno está en una situación crítica y lee un libro se produce un milagro similar: comprobar que alguien alguna vez, en algún lugar, escribió sobre experiencias similares. Así, el libro sería una ciudad donde lector y autor se encuentran, a veces en tiempos distintos.
En ‘Hablar solos’ hay tres personajes, tres voces distintas. ¿Cuál le costó más?
Eran complicaciones distintas. Del niño me costó la prosa misma. La voz de un niño de diez años como Lito es una pura renuncia: no había que pensar en lo que podía hacer sino en lo que no podía hacer para que fuese creíble. La dificultad de la madre era distinta: ella escribe y podía utilizar casi cualquier recurso, pero lo difícil era ponerse en su situación emocional, empezar a sentir como ella.
Plantea ‘Hablar solos’ como una ‘road movie’, física y emocional.
Hay una historia de carretera, un viaje iniciático padre-hijo. Esos relatos siempre me han gustado mucho pero siempre han tenido en común un silencio, el de la mujer. No hay mujeres en esos viajes, desde la mitología a ‘La carretera’ de Cormac McCarthy. Yo quería narrar la otra parte, la de la Penélope que está esperando a Ulises.
Y lo hace con Elena, el personaje central, que primero espera y después debe cuidar de su marido.
En las historias de enfermedad el protagonista suele ser el enfermo mismo, y a mí me parece que literaria y socialmente el papel de los cuidadores no está valorado ni atendido. Esos dos roles --la mujer que espera y el cuidador-- confluyen en el personaje de Elena, que también vive un viaje interior.