La Voz de Almeria

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Hace justo ahora 40 años que la Unión Internacional de Ferrocarriles creó el Interrail: un billete de tren para que los jóvenes de hasta 21 años pudiesen viajar por las vías europeas en segunda clase; nació así, en ese lejano 1972, un nuevo soplo de libertad, de cosmopolitismo, para miles de jóvenes, que tenían así la oportunidad de ver otros mundos, otras ciudades, otras economías.
Los almerienses más aventureros también, tímidamente, se apuntaron a esta ola. Hacían sus mochilas con la ilusión de traspasar fronteras, de hablar idiomas, de conocer gentes, mientras dormían en camping y se afeitaban en los propios vagones, mientras comían sandwich de lechugas leyendo poemas de Pessoa. Volvían con los pulmones hinchados de conocimiento, con los ojos gastados de ver otros comportamientos, otras formas de planear la vida, veinteañeros con el corazón lleno de agujetas por las emociones vividas y la agenda llena de direcciones extranjeras a la que nunca más volvieron a ver.
Hoy, muchos de esos almerienses, que tenían entonces veinte años, ahora son abuelos. Como Pepe Andújar, un conocido comerciante de Aguadulce, que aún recita de memoria todas las ciudades  por las que pasó con el saco a cuestas: Grenoble, Roma, Sarajevo, Viena y así hasta volver con sus huesos a Almería, más tolerante.
Ahora, en estos días de julio que cientos de veinteañeros almerienses se lanzan de nuevo a la aventura del Interrail,  uno cae en la cuenta de que la mayoría alcanzará un bagaje que los convertirá en mejores personas, menos dogmáticos, más valiosos para la economía de esta ciudad.


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